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Memeces rusófobas al margen, seamos serios

1 de junio de 2023

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Alejandro Davidovich celebra un punto contra el búlgaro Grigor Dimitrov. Fotografía: Sebastien Nogier.

Alejandro Davidovich es un tenista español cuyo apellido es ruso, porque su padre es natural de ese país, aunque él nació en Málaga. A pesar de que la histeria de la rusofobia ha llegado al mundo del deporte (no os perdáis las declaraciones de Alejandro Blanco, actual presidente del Comité Olímpico Español, al diario Marca) no lo ha hecho con la acritud con que se ha planteado en otros órdenes de la vida y en otras disciplinas, porque entonces este jugador que es un profesional de buen nivel, aunque no tanto como Carlos Alcaraz, y que logró pasar la primera ronda de Roland Garros 2023 no hubiera formado parte del equipo nacional de Copa Davis el pasado año. Y digo que si esta paranoia le afectara lo haría por partida doble porque su segundo apellido, Fokina, es también ruso, ya que su madre también tiene esa nacionalidad.

Pues, afortunadamente Davidovich goza de la simpatía de los que nos gusta el tenis y a los que nos importa un carajo el origen de nacimiento de los deportistas y si son rusos, como si son armenios… Lo digo para ahuyentar este odio creciente a lo ruso, que ha sentido en su propia piel el periodista español Pablo González, descendiente de niños de la guerra que tuvieron que escapar de España por la salvajada del golpe de Estado del general Franco y que han sentido asimismo otros hispanorusos.

No se trata sólo de una campaña por la invasión de Ucrania, ya que hasta la Unión Europea ha entorpecido el visado de los que quieren salir de Rusia para escapar de Putin. Dicen que es porque tienen miedo a que se conviertan en espías a favor del Kremlin. Lo indignante es que casi ningún medio de comunicasión español ha puesto en cuestión esta forma sutil de racismo.

Habíamos leído que en algunos países, aprovechándose de la marea antirusa, habían destruido estatuas de Aleksandr Pushkin y de otros literaros de esa rama eslava, lo que pone de relieve que en Europa, Ucrania incluida, hay todavía más gente estúpida de lo que parece. Pero el colmo de la radicalidad bobalicona lo protagoniza el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad que apostó por frenar cualquier campaña de concesión de asilo a los rusos, como si entre los ucranianos que hemos recibido con alborozo no pudiera haber ningún miembro del servicio secreto de Moscú. O incluso cualquier violador en serie.

Si por Josep Borrell fuera, Davidovich hubiera sido expulsado de España sin garantías, igual que hizo caso omiso de las peticiones para que intercediera por Pablo González. Es digna de estudio la indignidad de este leridano de pro que ha pasado de ser un sociata progre a convertirse en la marioneta de la OTAN. Igual es que quiere suceder al actual secretario general. O ser responsable máximo de la ONU. Ver para creer.

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