
La primera aproximación a los resultados electorales del pasado domingo dejan varias cosas manifiestamente claras, al menos para mí, salvo que en los próximos días lo desmientan los acontecimientos negociadores, que ponen de relieve cómo se analizaron previamente los resultados que finalmente arrojaron las urnas.
En primer lugar, el fracaso absoluto de los institutos demoscópicos, en especial el desatino de los más queridos por la derecha política. La empresa que dirige el hermano de José María Michavila y que tanta fama había cosechado entre los periódicos afines, fue la que más errores cosechó; quizás le perdió la obsesión porque el PP tuviera el mayor número posible de apoyos para conseguir la mayoría absoluta. Escuché en la COPE a Narciso Michavila, presidente y fundador de GAD3, lanzar un aguijón al CIS y afirmar que si se deja trabajar a los técnicos del Centro de Investigaciones Sociológicas, las cosas salen bien. Sus palabras tuvieron un efecto bumerán y, por cierto, quien menos desaciertos tuvo a la hora de realizar los sondeos fue José Félix Tezanos, el pimpampum de los más histéricos de las redes sociales.
En segundo lugar, parece que Pedro Sánchez ha acertado de pleno con la convocatoria de elecciones el 23 de julio, aunque muchos le criticaron por hacerlo en verano (también lo hizo el PP en Galicia en 2021, en pandemia y con Núñez Feijóo de presidente), pero reaccionó con rapidez a las pocas horas de la derrota del 28 de mayo.
Yo mismo critiqué en privado (y hasta creo que en público) la convocatoria electoral tan urgente que impedía que la izquierda del PSOE estuviera preparada para afrontar las legislativas, pero el líder socialista no sólo demostró tener cintura en los momentos duros, sino también capacidad de maniobra y una enorme resistencia política. Y es que, por otra parte, convocó elecciones para que algunos barones que tuvieran la tentación no le movieran la silla. Y, de paso, obligó a Yolanda Díaz a alcanzar a toda leche un acuerdo para que Sumar estuviera a punto para los comicios.
En tercer lugar, a Alberto Núñez Feijóo le pesó la última semana de campaña: errores absurdos en forma de mentiras como la subida de las pensiones o el salario mínimo, eufemismos infantiles sobre su relación con el “contrabandista” Marcial Dorado, pero sobre todo su ausencia en el debate a cuatro que la televisión pública organizó, sin tener en cuenta el precedente de Javier Arenas en unas elecciones andaluzas, que perdió por otra espantada similar.
A mi juicio, la verdadera tumba de Feijóo y del PP fueron los pactos con Vox y su asunción de las reclamaciones más extremistas de la derecha radical. Los acuerdos en Valencia, Extremadura y Baleares, con restricciones y prohibiciones, hicieron saltar las alarmas de los demócratas. Y ahí, el PP perdió el oremus.
No digamos nada de lo de la lista más votada. La misma noche electoral y horas después de que el orensano faltara a su palabra en Extremadura y Canarias, volvió a repetir el mantra del “derecho a gobernar por ser los más votados”, sin darse cuenta de que este régimen es parlamentario y no presidencialista. Y, claro, los españoles ya están hasta las narices de mentiras interesadas y que gobierne la lista más votada cuando soy yo y, cuando son otros, ¡que les den!
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