
Admiré enormemente durante muchos años a Fernando Savater, porque me parecía un intelectual comprometido con la libertad y un hombre coherente con sus postulados y con un cometido inequívoco en contra de la violencia terrorista, manteniéndose sin ambages en el lugar en el que se producían las fuertes presiones y demostrando que con la lucha y la solidaridad se puede vencer a los enemigos de la democracia y a los amigos del tiro en la nuca.
La pertenencia de Savater al colectivo “¡Basta Ya!” y sus aportaciones intelectuales a la lucha a favor de la democracia sin complejos fueron aspectos que definieron la figura del pensador donostiarra que, en su día, no fue contrario a las posibilidades de dialogar con los que mataban e incluso fue partidario de legalizar a Herri Batasuna, lo que no fue bien comprendido en ambientes españolistas.
Un buen amigo manifestó en varias ocasiones que Savater sería un excelente candidato al premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y que si era galardonado sería de inestimable ayuda en la lucha para defender a los ciudadanos perseguidos por la violencia. Y un servidor estaba de acuerdo con las impresiones de mi amigo porque Fernando Savater fue en su día un símbolo de la libertad.
Savater evolucionó desde posiciones libertarias en sus comienzos —se dice que fue un destacado discípulo de Agustín García Calvo— a planteamientos socialdemócratas y de ahí a posturas liberales y cada vez más conservadoras, pero siempre con respeto a otras ideologías que se mantuviesen en el área de la libertad y en la defensa de la democracia y del pluralismo.
Sin embargo, en los últimos tiempos, su radicalización política le ha hecho perder muchas veces la perspectiva y combatir las posturas nacionalistas e independentistas —legítimas como la del nacionalismo español más radical— de maneras poco compatibles con la tolerancia que se merecen las diferentes opciones que se plasman en una sociedad democrática.
Su última astracanada ha sido un artículo en el diario El País en el que expresaba su deseo de que un grupo de socialistas traicionara el ideario de su partido y dieran un apoyo inquebrantable a la investidura del presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, para que no vuelva a pisar La Moncloa Pedro Sánchez. O sea que Fernando Savater apuesta por otro “tamayazo”, con lo que subvierte cualquier idea de lealtad y de congruencia política. Él que es, precisamente, profesor de Ética y que publicó en 1991 un ensayo titulado “Ética para Amador”, en homenaje a su propio hijo.
Que Fernando Savater le haya sido infiel a su esposa, por proa y por popa, según él mismo reconoció a los medios de comunicación, forma parte de los entresijos de la vida privada y que su esposa, ya fallecida, consintiera esas aventuras extramatrimoniales del filósofo sólo se puede entender en el ámbito de los acuerdos entre dos personas adultas.
Pero la infidelidad es una cosa y la deslealtad a la democracia es otra. El filósofo donostiarra es muy libre de preferir un gobierno de Vox, del PP o del Partido Animalista. Pero lo que no debe propugnar, entre otras cosas, por su influencia entre la gente de bien, es que haya maquinaciones a la hora de votar (se sobreentiende que a cambio de dinero u otras prebendas). De esta forma, Fernando Savater representa hoy una ética suigéneris, convirtiendo así su coherencia política y personal en una actitud miserable que en nada se distingue de aquellos enemigos del tiro en la nuca a los que se enfrentaba. ¡Qué gran decepción!
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