El saber no ocupa lugar pero cuesta

13 de agosto de 2023
Alumnos del colegio Viaró Global School, en Sant Cugat del Vallés. Fotografía de archivo.

Estamos a menos de un mes del inicio de las clases y en algunos medios de comunicación ya se empieza a especular con la subida del precio de los colegios y con lo costosa que es la educación en nuestro país, algo que, por supuesto, es culpa del Gobierno porque todo apunta a que entre la disparada situación de los precios y el sectarismo con determinado tipo de enseñanza la única pretensión de la izquierda es poner todos los obstáculos posibles para que los españoles no puedan elegir el tipo de centro educativo al que mandar a sus hijos.

Hay que empezar diciendo que la educación es cara. Por supuesto. Pero la pagamos entre todos a través de los impuestos, aunque a nuestras derechas no les guste nada la contribución tributaria, pero a los ciudadanos en particular el dinero que les toca pagar es nulo. Al menos en lo que se refiere a la matricula en los escalones primario y secundario.

Es posible que los libros de texto cuesten, si es que te los exigen. Pero para las familias con menos recursos hay soluciones consistentes en adquirir los volúmenes de segunda mano a precios simbólicos, cuando no gratuitos. Por lo tanto, exagerar la carestía de los colegios no es más que una forma de estigmatizar la educación pública y equipararla a la enseñanza concertada y privada.

Lo que no es barato en absoluto es el precio de estudiar en una escuela que no sea pública y que, en general, tenemos que pagar los que apoyamos o no la enseñanza concertada. Los libros, elegidos por la dirección educativa, las actividades extraescolares —optativas o no— que se impartan durante el ciclo escolar y después el precio de los uniformes, si es que en el citado centro se decide que todos los alumnos vistan un atuendo normativo.

Los uniformes sí que son caros; porque deben de ser de una determinada forma, incluso en muchos casos se tienen que comprar en establecimientos concretos y con los colores corporativos de cada centro, por lo que si estos suponen un gasto añadido al presupuesto es porque se suman como aditamento absolutamente innecesario en el proceso de aprendizaje.

Y a propósito de los uniformes escolares: hay una tendencia a pensar que este tipo de vestimenta, ya sea para niños o para niñas, son un elemento básico para evitar la diferenciación de clases y para inducir a la igualdad entre todo el alumnado. Y a mí me parece una verdadera fantasía, porque llevar todos los días la misma ropa —es prácticamente impensable que los estudiantes, salvo los de las clases más pudientes, tengan más de un uniforme— no es un buen ejemplo de higiene saludable y es más que conveniente que la ropa sea lavada con frecuencia y no sólo los fines de semana.

En ese sentido, a cualquier persona conocedora de los conflictos que los adolescentes tienen con la higiene le llamará la atención el hecho de que niñas de 13 y 14 años —que empiezan a convertirse en mujeres— suelan dejar huella de su estado en la falda del uniforme y a veces, se dice, las manchas quedan de un día para otro con el agravante de que no sólo es una falta de higiene, sino de compañerismo. Ahí se evidencia otra diferencia de clase: los que tienen posibilidades de lavar y secar la ropa inmediatamente y los que no la tienen.

¿Que los colegios son caros? Es evidente que la educación pública es universal, libre, obligatoria y gratuita —es una pena que no incluya también el laicismo— pero también cuesta dinero. Como decía antes, no la pagamos directamente, sino con los impuestos. Y aunque tengamos uno, dos o tres hijos, aportaremos el mismo dinero que si no tenemos descendencia. Es lo bueno del estado del bienestar y de la solidaridad entre españoles. ¡Y que no falte!

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