
El supuesto accidente de avión en el que habría perecido el jefe de los mercenarios del CMP Wagner, Yevgueni Prigozhin ha desatado una serie de especulaciones sobre quién fue el presunto autor de su asesinato y a quién favorece su muerte. Pero la verdad es que nadie ha visto el cadáver ni una miserable fotografía del personaje muerto. Sólo se ha certificado su defunción por las palabras del presidente de Rusia, Vladímir Putin: pero si no le damos crédito al inquilino del Kremlin en muchas ocasiones, ¿por qué deberíamos ahora creer en la palabra del mandatario ruso?
La aparente sublevación del Grupo Wagner contra los altos cargos militares rusos y contra Putin fue un tanto excéntrica porque, como ya escribí en alguna ocasión, a nadie se le ocurre llegar hasta Moscú para después ceder en sus pretensiones y rendirse. La historia que ha llegado hasta nosotros tiene tanta credibilidad como el constitucionalismo de Vox, porque a nadie en su sano juicio se le puede endilgar un cuento tan truculento como este.
Ni a Putin ni a los Wagner les interesaría una crisis interna como esta porque se necesitan y se retroalimentan en objetivos políticos y militares comunes. Por ejemplo, el Kremlin precisa a las huestes de Prigozhin para cimentar los avances rusos en África que se están consolidando últimamente.
Habrá que esperar acontecimientos, pero para dar pábulo al asesinato del jefe de Wagner es absolutamente necesario que se ofrezcan pruebas fehacientes de su muerte, a ver si nos vamos a encontrar dentro de poco con que aparezca el presunto finado disfrutando de una “dacha” (casa de campo) junto al Mar Negro.
A mí este caso me recuerda a la caza de Osama Bin Laden por el Ejército de Estados Unidos, ordenada por el entonces presidente Barack Obama hace más de diez años, en otro caso en el que la ausencia del cadáver fue también significativa. El entonces jefe de Estado yanqui farfulló algunas explicaciones un tanto extemporáneas como que el cuerpo del líder de Al Qaeda había sido arrojado al mar para que su tumba no se convirtiera en un lugar de peregrinación de sus fanáticos seguidores.
Llamadme conspiranoico si queréis, pero yo siempre sospeché que Bin Laden era un agente proyanqui, porque todas sus actuaciones (desde la guerra de Afganistán tras la invasión rusa hasta los atentados del 11-S contra los Torres Gemelas de Nueva York) favorecieron los intereses de la CIA y del Servicio Secreto estadounidense (USSS). No me extrañaría nada ver al heredero de ese grupo de concentración financiera vinculado al régimen saudí gozar de los placeres de la vida en el sitio más insospechado escoltado por agentes del FBI.
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