En momentos de tristeza, estrés o desánimo es común experimentar un fuerte deseo de consumir alimentos ricos en azúcar, sal y carbohidratos en busca de una satisfacción inmediata. Pero, ¿qué factores subyacentes podrían potenciar esta conducta y cómo afecta a nuestra percepción general de bienestar?
Charles Spence, catedrático de psicología experimental de la Universidad de Oxford, ha obtenido información reveladora acerca de por qué el ser humano siente el impulso de ingerir alimentos procesados cuando se encuentra en un estado bajo de ánimo. Conforme a sus estudios, tanto a un nivel consciente como inconsciente, tendemos a establecer conexiones entre este tipo de comida y episodios de felicidad vividos en el pasado.
En una investigación divulgada por la revista International Journal of Gastronomy and Food Science —una publicación científica que aúna gastronomía y ciencia—, el profesor Spence argumentaba que la comida “reconfortante” se caracteriza por su fácil preparación y su asociación con circunstancias festivas. Por lo general, contiene elevadas proporciones de azúcares o carbohidratos, lo que implica que suele presentar un aporte calórico considerable y valores nutricionales nulos e incluso dañinos para el organismo.
Por otro lado, análisis complementarios indican que el cerebro desempeña un papel primordial en nuestra inclinación hacia el consumo de alimentos con sabores apetitosos calificados como hiperpalatables o hedónicos. Según un ensayo publicado en la revista Physiology & Behavior, el cerebro humano posee regiones específicas destinadas a maximizar la percepción de fruición que sentimos al probar propuestas tan apetecibles como los comestibles dulces, salados o grasos. Esto provoca un aumento en los niveles de dopamina, intensificando nuestra motivación para el consumo de estas elaboraciones. En conclusión, parece que nuestro sistema neuronal nos empuja de manera constante a deleitarnos con la comida estimulante pero nada saludable.
La dopamina, un neurotransmisor que influye de manera significativa en nuestro estado de ánimo, también desempeña un papel sustancial en nuestra predisposición hacia la búsqueda de recompensas y la motivación, según el estudio de 2020. Además de activar el incremento de los niveles de dopamina, los alimentos hiperpalatables impulsan la liberación de insulina, cortisol (vinculado al estrés) y leptina (asociado al apetito). Esto puede desencadenar una apetencia irresistible hacia un sabor o producto específico. En contrapartida, los comestibles saludables, caracterizados por su bajo contenido en azúcar y sal, carecen de esta capacidad, razón por la cual rara vez suscitan el mismo deseo que una rosquilla o una porción de pizza.
No obstante, ¿qué evidencias sustentan la afirmación de que estos alimentos efectivamente mejoran nuestro estado de ánimo? Un estudio realizado por la agencia de investigación OnePoll durante la pandemia de COVID-19 descubrió que aproximadamente dos tercios de los adultos en los Estados Unidos se decantaron por alimentos que solían disfrutar en su infancia, ya fuera de manera consciente o involuntaria, con el fin de afrontar las dificultades. Sin embargo, menos de la mitad, un 41%, lo hizo con el propósito explícito de experimentar una sensación de gozo.
En una encuesta adicional realizada en el Reino Unido en 2022, una de cada cuatro personas confesó que consumía comida basura al menos en cinco ocasiones por semana. No obstante, más de la mitad de estas personas manifestaron sufrir sentimientos de culpabilidad más tarde, y un 57% lamentó haber sucumbido a la tentación. Esto sugiere que, a pesar de que la comida “reconfortante” puede inducir una momentánea sensación placentera como resultado del incremento de la dopamina, casi siempre termina provocando efectos de malestar a largo plazo, quizás en virtud del reconocimiento de su falta de propiedades saludables.
En conclusión, nuestra relación con la alimentación durante estados emocionales complejos constituye un tema atrayente y poliédrico. Si bien los alimentos que procuran consuelo pueden producir alivio en el corto plazo, sus efectos a largo plazo en nuestra salud física y emocional merecen un análisis minucioso. Es fundamental recordar que nuestras elecciones a la hora de alimentarnos ejercen un impacto que se extiende más allá de nuestro cuerpo, llegando a influir en nuestra psicología. Mantener un equilibrio entre el disfrute y la priorización de alternativas más saludables puede ser la clave para un bienestar holístico.
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