Siempre que camino por las calles lo hago acompañado de música. Es una de las tácticas que uso para aislarme del resto de ruidos diurnos, de la bocina molesta de los coches, del ajetreo de los motores, de las obras que acaparan sonido de grúas, piquetas mecánicas, voces de operarios, sirenas con vocación de urgencia irrefrenable.
Prefiero la música que ocupa mi aparato auditivo, los temas que hablan de amor o de deseo, de desesperación o abulia, de razones para seguir o arcenes para plantar las sillas. Prefiero un “Wish You Were Here” o un “By the Rivers Dark” que toda la aglomeración de ruido y de estridencia letal de las aceras.
Aislarse de los asuntos cotidianos es uno de los males de los nuevos tiempos, promover conductas de silencio ante el mundo de ahí fuera para vivir en los espacios que deja el mundo de aquí dentro. Pero el mundo de afuera es el mismo de la prisa, de las conductas que procuran la necesidad de llegar y hacerlo a tiempo, de las capas de realidad que van ocultando la piel de la necesidad, la de la calma.
En las calles de la ciudad hay personas que, como yo, aíslan sus cosas del resto de las cosas, encierran su capacidad de escuchar en el sonido que procuran sus auriculares, atienden mucho más a un “Wish You Were Here” o a un “By the Rivers Dark” que a la llamada de los grandes almacenes, al ruido de las ambulancias o a la petición de limosnas de los habitantes de la intemperie. Somos la audiencia encerrada de la calma frente a la desesperación del ruido.
Acompasar nuestros paseos a la música, a la melodía, al ritmo de la canción se ha convertido en una de las dinámicas de quien habita las ciudades. Nuestra banda sonora no es el ajetreo o la obstinación en el ruido, sino una dulce cadencia de voces que expresan la necesidad de tenerte aquí, cerca, apoyada en mi hombro, o de caminar despacio pisando las orillas de un río.
No hay nada de esto fuera de la canción que suena en nuestros oídos, sólo una desesperación que conduce a la abulia o, lo que es peor, a los primeros resortes de una depresión social sobrevenida. La calma está aquí dentro, en las notas de la música, las que expresan una sensación, un sentimiento de verdad que falta ahí fuera.
Los que caminamos de este modo por las calles estamos propiciando una transformación, pero, hacia dónde.
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