No sé si es bueno manifestar lo que sigue en estos momentos. Pero, hablar nunca debió de ser malo. Jamás. Ya estamos otra vez con las dos Españas, que, en este caso, vuelven a ser tres. Sí, tres Españas. Así nos la están vendiendo la derecha por un lado, la izquierda por otro y las fuerzas independentistas por medio de las anteriores. Otra vez. Como si esa disléxica forma de entender este país, esa dificultad para ahormar en la unidad de una forma conveniada y pactada lo que nos rodea, esa permanente lucha por elevar a categoría de dogma lo que nos distingue, no hiciera posible el consenso, el buscar el entendimiento, el diálogo, la comprensión de la diversidad dentro de la unidad. Pues no. El miedo. El miedo al otro. Y lo peor es que nuestros líderes políticos se agarran a esas diferencias como una tabla de salvación para sus inanes posicionamientos. Otra vez o lo negro o lo blanco, o esto o lo otro, o conmigo o sin mí.
Qué pena. Poco a poco se va larvando un estado de crispación que, si no es sujetado, anuncia malos tiempos de nuevo; los presagios no auguran bienestar, solidaridad, amor a la otredad… no, preconizan cerrazón, empecinamiento, marcialidad y gestos, muchos gestos y mucha puesta en escena por parte de unos y de otros. Una desgracia; al borde de un precipicio andamos sin que nos demos cuenta; otra vez, una vez más; pero no sólo en España, no, en el orbe todo. No estamos lejos del discurso del odio, de todo aquello que nos hace menos humanos, menos inteligentes. Pero, habría que inquirirse sobre la capacidad de los liderazgos que intentan arrastrarnos a esos lugares y también por nuestro seguidismo, por nuestro comportamiento en manadas. Y no lo hacemos, no.
Una vez más nos dejaremos llevar por la ola en la que cada cual se suba o lo monten: esa que se enfrentará con la ola de los otros.
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