La eutopía de habitar sin injerencias mi identidad

12 de octubre de 2023
Fotograma de la adaptación literaria al cine de “1984”, realizada por el director inglés Michael Radford.

La humanidad no ha vivido un estado de vigilancia tan severa como la que padecemos en nuestros días. Puede dar por cierto el anterior aserto. Vivimos en una cárcel del tamaño del planeta en el que asentamos los huesos. Y miren que han transitado siglos desde que aparecimos como especie por este trozo de tierra que gravita en el espacio.

Pues, jamás habíamos llegado como sociedad a un grado de desarrollo tecnológico, telemático, científico e industrial como el que vivimos, que les permitiera a los que están en la trastienda de lo oscuro —esos que no vemos pero que nos observan de forma constante, esos que no presentimos pero que están ahí contabilizando todo, siempre, sin cejar ni un minuto— saber en todo instante los movimientos que hacemos: qué cantidades de dinero hemos extraído y en qué banco lo hicimos, en qué lugares estuvimos, con quiénes hablamos y de qué cosas, cuáles son nuestras opiniones sobre esto, lo otro y lo de más allá en función de nuestras compras o nuestras visitas, qué correos electrónicos escribimos y a quiénes, en cuántas redes sociales estamos, en qué lugares vivimos o malvivimos —no importa—, en cuáles bebemos los sábados por la tarde si es que lo hacemos y por supuesto, quiénes nos llamaron por teléfono y qué nos dijeron e incluso cuáles son nuestros sentimientos y a través de algoritmos, pronosticar cuáles serán nuestros movimientos en el devenir… Y, ante esta situación orwelliana, una pregunta y una afirmación:

— ¿Significa todo esto que quienes nos controlan son cómplices (al ser conscientes o pudiera que hasta instigadores) de todas las maldades que ocurren en el orbe, al no evitarlas teniendo conocimiento de estas y pudiendo poner remedio no hacerlo? Piénselo, porque el asunto no es para juego.

— Lo que no podrán controlar, al menos por ahora, creo, y digo creo con un cierto resquemor o reconcomio de duda, son nuestros pensamientos.

Ante esas tesituras expuestas, que nada tienen de distópicas y que hoy en día son constatables, elucubremos, por tanto, aunque sea en silencio. Cavilemos sobre esto y lo otro, divaguemos, soñemos. Porque es el único espacio de entera libertad que nos va quedando. Pero, no lo ponga por escrito como yo lo estoy haciendo, porque, en ese supuesto, se convertirá en una diana visible para los arqueros. En mi caso lo que ocurre, es que, sinceramente, ya tiré la toalla para cualquier batalla y además me importa un bledo, y por eso me da exactamente igual lo que puedan decir o hacer tanto Agamenón como su porquero.

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