Mantenerse erguido en suelos de barro

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El socialista Emiliano García-Page en las Cortes de Castilla-La Mancha. Fotografía de archivo.

Las estructuras de los partidos políticos se han movido siempre por dos fuerzas de empuje. De un lado, la convicción que soportaba el peso también de lo ético y la trayectoria de la ideología que definía a cada uno de los afiliados; de otro, la lealtad que era un elemento esencial de correspondencia con el líder, acatando los argumentos que tenían que ser puestos en valor en el discurso político.

La convicción tenía una trayectoria hacia adentro, porque era desde la reflexión y el análisis desde donde se producían las bases para el juicio, los argumentos de defensa, las ideas propias que constituían la plataforma del discurso, el diálogo y la toma en consideración de distintas opiniones para agrandar la opinión general. La lealtad era un proceso que se daba hacia fuera porque marcaba las líneas rojas donde se estructuraba un análisis de cara a la opinión pública, donde se establecía el criterio desde el que defender la posición política del partido. Las discrepancias quedaban en el plano de las convicciones, los argumentos de partido, en el plano de las lealtades.

Pero estas dos estructuras necesarias para la acción política han venido debilitándose en la medida en que también lo han hecho sus estructuras de poder. Hablamos ahora del plano de la convicción hacia fuera, y del de la lealtad hacia adentro en una suerte de cambio de dirección que modifica también la naturaleza de una y otra.

En el caso del PSOE nos encontramos un ejemplo claro de esa modificación de efectos.
Emiliano García-Page, activo defensor de sus propias convicciones, ha ingresado en el territorio de la deslealtad como si ambos fueran vasos comunicantes. Cuanto más pongamos en valor el plano de las convicciones más aparcaremos el de las lealtades (a no ser que, cosa difícil, coincidan ambas). Su opinión choca directamente con la opinión general del partido, de tal manera que la propia estructura tiende a debilitarse cada vez que éste intenta activar un discurso que descansa en la convicción. Su opinión cuelga de ella para vaciar de contenido la lealtad. Hasta aquí, todo normal en estos momentos de lo político.

Pero, ¿y si la convicción que soporta el discurso de García-Page tuviera más que ver con la necesidad de romper con la estructura de poder del PSOE? Entonces estaríamos hablando de un elemento cargado de potencial desestabilizador muy a tener en cuenta, donde la convicción estaría trufada de juicios, no sólo de discrepancia, sino también de lucha interna para desestabilizar los actuales órganos de poder. Habría perdido la verdadera naturaleza que le da sentido en una formación política.

Luego podemos hablar, no de un García-Page que actúa con análisis de defensa de sus propias convicciones, sino de un García-Page que activa la máquina de la destrucción como posible alternativa al poder imperante de los socialistas.

Emiliano García-Page, en este caso, no actúa entonces sólo por convicción propia, sino por lealtad a los intereses de una parte del PSOE que trata de someter a Pedro Sánchez con el sumatorio de las fuerzas políticas del arco de las derechas. Hacia adentro no hay discurso que valga porque la intención clara es sacar el discurso a la calle, el discurso hacia fuera de la convicción.

¿Hemos acotado entonces las convicciones y las lealtades en una suerte de oportunismo manifiesto para la acción desestabilizadora de un partido político? Sin lugar a duda. Ya los tiempos no son como los de antes, quizá porque la fuerza del discurso político, la inteligencia puesta al servicio de los argumentos, hace mucho que se ha visto debilitada por los nuevos actores.

Nada hace pensar que la actitud del barón socialista castellanomanchego tenga un largo recorrido, nada que pueda obstaculizar la labor de Sánchez y su futuro gobierno de coalición, pero en vilo queda la verdadera defensa de las estructuras del PSOE desde la convicción y la lealtad como pilares fundamentales para establecer bases firmes en su desarrollo. Y la militancia como motor de arrastre.

Algunos han caído en la cuenta y tratan de ensuciar un escenario político de convicciones y lealtades firmes con territorios resbaladizos que benefician sólo al que se defiende bien en suelos de barro porque en ellos aprendió a mantenerse erguido. ¡Allá ellos!

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