Las devastadoras inundaciones del pasado mes de septiembre en Libia no son más que el fruto del desolador abandono al que el mundo ha sometido a este lugar de la tierra por claras razones políticas, económicas y territoriales y que han convertido al país en una especie de Estado fallido desde que las intrigas israelíes, la mezquindad francesa y los intereses estadounidenses acabaron con la vida de Muamar al Gadafi, el coronel que dio un golpe de Estado y derrocó al monarca Idrís I de Libia siendo capaz de unir a todas las tribus en una sola nación.
Gadafi fue asesinado el 20 de octubre de 2011 por milicianos del Consejo Nacional de Transición y desde entonces la espiral de violencia interna ha supuesto el deterioro de las infraestructuras del país, la dejadez en el mantenimiento de sus recursos y el expolio de sus riquezas por parte de los más avispados de la región y de los sucesivos gobiernos formados tras la muerte de quien fuera líder y guía de la Revolución del 1 de septiembre de 1969. Todo esto envuelto en una guerra civil para conseguir el máximo poder y la vuelta a los regímenes tribales anteriores a la etapa del dirigente panárabe.
No es extraño, pues, que las fuertes lluvias de septiembre desencadenaran el colapso de las dos represas que tenían que contener el agua del ciclón Daniel, ya que ambos diques estaban en un estado de absoluto deterioro y sin que nadie se encargara de poner remedio a ello. Esta circunstancia, unida a la fragilidad de las viviendas de la población, ocasionó una catástrofe humanitaria de proporciones extremas, con un número de víctimas mortales que se sitúa en torno a las 20.000 personas.
Desligar esta hecatombe humanitaria del interesado deseo de diversos países occidentales de omitir cualquier tipo de solución a la miseria libia con el asesinato de Muamar al Gadafi es un ejercicio de hipocresía que, como tantas veces, practican algunas potencias con el descarado propósito de “cuanto peor, mejor para sus objetivos territoriales”.
Gadafi era un tipo contradictorio, pero tenía sentimientos socialistas y estaba muy influenciado por los militares egipcios que con Gamal Abdel Nasser a la cabeza llevaron a ese país a gozar de cierta independencia económica que con el paniaguado rey Faruk era una utopía. El líder libio también derrocó a otro rey y emprendió una política sólida de amistad con las revoluciones árabes de la época: Egipto, Siria e Irak. Se relacionó con el movimiento de países no alineados, desarrolló la Unión Africana (UA) —uno de los socios más importantes de ACNUR— y apoyó a los movimientos anticolonialistas y de liberación nacional. Muchos activistas de los países sin Estado pudieron estudiar en las mejores universidades y recibir formación académica gracias a su intercesión.
Pero lo que más detestaba Estados Unidos y sus aliados era su apoyo económico al pueblo palestino, a los saharauis y a Cuba, a los que, merced a los ingresos del petróleo donaba importantes recursos para que pudieran disfrutar de la autonomía que sin ellos era imposible practicar. Esta circunstancia y los afanes expansionistas de Israel, cuyo objetivo sionista de crear un imperio judío sigue siendo vigente, cimentaron la rebelión de algunos opositores a la política igualitaria del coronel libio.
Como hombre paradójico que era, a la vez que defendía a ultranza sus postulados anticolonialistas mantenía relaciones dispares con países occidentales, llegando a tener una excelente relación con Francia, hasta el punto de que donó dinero para las campañas de los políticos galos. Eso hizo con Nicolas Sarkozy y, probablemente, esa fue su perdición.
Quedó demostrado que Sarkozy recibió dinero libio para pagar la campaña que le llevó al palacio del Elíseo, por su parte Gadafi llegó a plantearle la defensa de los intereses de los países en vías de desarrollo. Pero el acomplejado pequeño Napoleón finalmente participó en una conjura de naciones enemigas de Libia y aprovechó para quitárselo de en medio e intentar evitar así que se conociera en todo el mundo la contribución del coronel de Trípoli al triunfo del bajito resentido. A pesar de que este préstamo le costó la vida a Gadafi es evidente que no salvó a Sarkozy, que tiene que explicar en los tribunales franceses porqué cometió el delito de recibir dinero extranjero para sus campañas políticas.
Las consecuencias de las inundaciones de septiembre pueden volver a repetirse porque la desatención y la guerra civil alentada por Occidente son elementos claves para desterrar cualquier posibilidad de remediar los embates de la naturaleza en esa nación africana. Desgraciadamente para sus compatriotas, no hay nadie en el país capaz de encontrar una solución satisfactoria al problema y por esa razón gran número de libios añoran al que fuera el unificador de sus tribus. Con Muamar al Gadafi vivíamos mejor… le cuentan a cualquiera que les quiera oír.
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