El fantasma de Franco aún ronda por España

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Santiago Abascal en la protesta multitudinaria contra la amnistía. Fotografía: Daniel González.

La banalización del franquismo, el blanqueo de las atrocidades cometidas por el dictador Francisco Franco Bahamonde ―que dios lo conserve en su seno por la eternidad―, están alterando la paz en las calles de las grandes ciudades de este país de una forma inaceptable para cualquier demócrata, es un peligro más evidente de lo que a primera vista parece, especialmente, en lo que se refiere a las conductas de miles de jóvenes que se dejan arrastrar por los sátrapas que comanda el tal Santiago Abascal y algunos otros secuaces de su calaña derrotista y retrógrada, y, por supuesto, por esa otra derecha que lidera Núñez Feijóo, que no acaba de censurarlo a las claras y anda siempre con medias tintas, por aquello de que los necesita para conformar gobiernos en los ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas y no digamos ya, el Estado, si se diera esa circunstancia.

Porque, si lo que está ocurriendo en este país es “el principio del fin de la democracia o del Estado de derecho”, tal y como van pregonando, quien firma este texto no se ha enterado de nada, a punto de cumplir no tardando mucho los setenta años, para los que me falta un trienio.

La democracia es un constructo dinámico que se edifica día a día a través de la voluntad popular, o sea, la que emana del pueblo soberano y se refleja en la composición de las Cortes, esto es, el Congreso y el Senado. Y es en función de esa contextura establecida libremente por la ciudadanía, donde se irán aprobando las leyes que fueren menester con las mayorías que sean necesarias. Porque, son esas sumas las que han de decidir el devenir y, por dejarlo claro de una vez, todo lo demás, es resentimiento e incitación al odio entre los diferentes.

Porque España es una suma de realidades caracterizadas no precisamente por su igualdad sino por su riqueza y diversidad, no por la unidad de símbolo alguno ni totalidades inamovibles ni sacrosantas, sino por todo lo contrario.

Dejemos la marcialidad y el patriotismo rancio, de una puñetera vez, en los sucios y empolvados anaqueles de la historia pretérita de este país y no permitamos que la traigan al presente de nuevo.

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