En este país tenemos la nociva costumbre de beatificar a los deportistas de éxito. Utilizo el masculino plural pues, ¡vete tú a saber por qué!, con ellas no sucede lo mismo sino más bien lo contrario, el linchamiento público que sufrieron las campeonas del mundo de fútbol, en especial Jenni Hermoso, es un claro ejemplo.
Ganar torneos, campeonatos o cualquier prueba deportiva, es aval suficiente para convertirlos en personajes de culto. Su palabra, digan la tontería que digan, es sagrada y quien ose cuestionarla se convierte de inmediato en una persona resentida que se muere de envidia por no haber podido ganar una Liga de Campeones de la UEFA, un Roland-Garros o un Rally Dakar. Nada más lejos de la realidad, pero ese es su relato y tampoco voy a perder tiempo con ello.
Todo esto viene a raíz de las últimas declaraciones del mallorquín Rafael Nadal, nuevo embajador de la Federación Saudí de Tenis (STF). A mí, este señor me parece un tenista excepcional y uno de los más grandes de la historia de ese deporte, pero fuera de las pistas lo considero un impresentable que hace que suba el pan cada vez que echa la boca a pastar. Un niño pijo, con un talento inmenso para el tenis, que siempre ha vivido en una burbuja y aprovecha su fama para apuntalar aún más si cabe las perversiones de la gente de su clase.
«Yo no creo que Arabia me necesite a mí para lavar ninguna imagen. Es un país que se ha abierto al mundo y es un país con un gran potencial. No es mi objetivo blanquear, mi objetivo es otro». (Rafa Nadal)
Da igual que hablemos de Borbones que de jeques u oligarcas, donde está esa gentuza, ahí está él para blanquear sus actos y su ideología. Y si se ve apretado en su empeño: bandera, patriotismo, caridad publicitada, aplauso fácil y a seguir.
Rafael Nadal, Fernando Alonso, Carlos Sainz, Luís Figo, Joaquín el del Betis y un largo etcétera, convertidos en referentes por una sociedad cada vez más desclasada.
¿Qué queréis que os diga? Por muy impopular que sea decirlo: ¡No puedo con ellos!
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