A lo largo de la historia, las mujeres han sufrido por el simple hecho de serlo. Privadas de los derechos fundamentales de equidad respecto al varón, vistas como un ser que desde los anales de la historia de la humanidad invitó a su compañero masculino a errar en sus decisiones. Si bien esta es la perspectiva de muchas de las religiones principales, filósofos y eruditos también disminuían a sus compañeras describiéndolas como seres sin alma.
Relegada a parir, a servir, a contribuir desde un escalón inferior, la mujer no ha sido considerada como un valor contribuyente puesto que nuestras sociedades se han fundamentado sobre todo en la dominación del más fuerte a través de las guerras y las conquistas territoriales, y no de sociedades basadas en el cuidado, el respeto y el amor al prójimo. Se atisba a ver cómo los hombres más revolucionarios, a través de una óptica más humanista, incluían a la mujer en sus trabajos de una forma más equitativa e inclusiva, pero esta óptica ha sido diluida por diversos factores políticos y una historia relatada desde la misoginia. Una cultura centrada en referentes masculinos en todas las esferas sociales, independiente de sus ideologías o transiciones.
Desde algunas voces críticas a las feministas he llegado a escuchar que nosotras, las feministas actuales, no ponemos en valor a todas las mujeres que hoy son nuestras ancianas y han contribuido a nuestro presente. No puedo discrepar más ante una falacia de tal calibre, puesto que las que trabajamos desde la investigación de la temática nos vemos constantemente desalentadas por la injusticia social y políticas discriminatorias que estas mujeres recibieron de sus entornos más cercanos. Expoliadas en el pasado y sin recibir aún el más mínimo reconocimiento económico por todo lo que realizaron desde la “obligación y el deber”, pero sin ningún reconocimiento del estado que se viera reflejado en sus bolsillos y en sus libertades bien entendidas.
Los beneficios de este sometimiento a la mujer han sido y son múltiples; desde su explotación física, emocional y económica, a un recurso infinito a disposición de sociedades machistas. Mientras no reconozcamos los daños no indemnizamos a los damnificados. Un ahorro que nos sirve para continuar gastando dinero y recursos en nuestras tan justificadas guerras.
Como en todo sistema represivo, los opresores se han encargado siempre de tener aliados del género femenino que les sustenten en sus acciones, y para ello dotar de privilegios a algunas de las féminas era necesario para la perpetuación de la dominación sobre estas.
Romper en partes a tus víctimas requiere de estrategias muy hábiles y de entre ellas una ha sido y es la separación entre las mismas mujeres, la desconfianza y la competitividad. Las mujeres que son capaces de analizar finalmente esta problemática sistémica no sólo se liberan a sí mismas, sino que son capaces de detectar otras problemáticas y forman parte activa del progreso en materia de derechos humanos.
Difícil de dilucidar con claridad si vamos en línea recta hacia un progreso humanista y feminista, cuando nos ponemos ante una perspectiva mundial donde realidades tan adversas como el trato de la mujer en entornos sectarios sigue siendo cuanto menos cuestionable. Según el contexto geográfico, sus derechos pueden pasar de ser nulos con la implantación de cualquier nuevo gobierno ultraconservador. Y creo que podemos imaginar sin dificultad en qué lugar terminan los derechos de las mujeres en terrenos de combate y guerras entre países.
En un mundo altamente polarizado, con un creciente auge de grupos de extrema derecha, es muy desalentador ver cómo los destellos de avances pueden diluirse con el más mínimo tambaleo de nuestros progresos occidentales en ese ámbito. Nos queda mucho que hacer en materia de justicia social, tenemos de sobra informes y pruebas que lo corroboran.
Necesitamos ser los ojos, la voz y los oídos de las mujeres en todo el mundo. Necesitamos que ellas hablen, necesitamos ser la última ola, la ola definitiva de un feminismo activo, que erradique la violencia sobre nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestros géneros, nuestras etnias.
¿Nos encontramos pues ante una ola histórica de verdaderos cambios profundos ante la cual vamos a cambiar la perspectiva de género hacia un encuentro entre ambos sexos en formas equitativas? O bien, ¿estamos ante una tormenta perfecta que levante un tsunami belicista que arrase nuestro Viejo Continente y lo retrotraiga a un pasado fundamentalista?
Yo no tengo las respuestas, todavía. Pero hay algo que, como mujer, tengo claro: las olas retrógradas nunca nos dieron ni nos darán las herramientas que nos doten de una verdadera igualdad. Que no vengan ahora conservadores ilustrados a darnos lecciones en un movimiento que literalmente se dejó la piel y la vida, para apenas si acaso podamos hoy comenzar a vivirla con verdadera libertad.
¿Qué te ha parecido el contenido al que acabas de acceder?
En ORUBA consideramos la independencia editorial como el pilar sobre el que se construye el periodismo veraz e incorruptible. Cada artículo que publicamos tiene como objetivo proporcionarte información precisa y honesta, con la certeza de que tú eres la razón de nuestro proyecto informativo.
Por ello, queremos invitarte a formar parte de nuestro esfuerzo. Cada euro cuenta en nuestra misión de desafiar narrativas sesgadas y defender la integridad periodística. Desde sólo 1 euro, puedes unirte a esta causa.
Tu apoyo respalda nuestra evolución y envía un mensaje claro: La información sincera merece ser protegida y compartida sin obstáculos. ¡Únete a nosotros en esta misión!
Publicidad