El diccionario define “prófugo” como la persona que anda huyendo, principalmente de la justicia o de otra autoridad legítima. Sin embargo, no especifica si quien tiene razón al huir deja de serlo o no. Esta interpretación queda a discreción de cada individuo, siempre siguiendo parámetros más o menos coherentes para determinar a quién se le debe aplicar este adjetivo, que también es sustantivo, por cierto, y que está tan de moda en nuestras conversaciones y discursos políticos últimamente.
El prófugo por antonomasia es, como todos saben, Carles Puigdemont, quien se encuentra huido en Bélgica. Puigdemont era presidente de la Generalitat de Catalunya el 27 de octubre de 2017, cuando se declaró unilateralmente la independencia de la República Catalana. Sin embargo, esta declaración duró escasamente unos minutos y fue inmediatamente suspendida, me imagino que con el ánimo de sostener una negociación. Gran parte de los ciudadanos de nuestro país admiten que el gerundense que se exilió a Waterloo es un prófugo, aunque para sus amigos y correligionarios, si se fue de España, es porque se consideraba un perseguido político.
El calificativo de prófugo suele llevar consigo un componente peyorativo y crítico, al menos en el caso que nos ocupa, debido a las circunstancias ocurridas. Sin embargo, no siempre sucede lo mismo, ya que la percepción del término está influenciada por la simpatía o antipatía que quienes utilizan el vocablo sienten por la persona a la que se refieren. Por esta razón, en nuestra órbita hay prófugos de todos los colores.
Por citar un ejemplo, la poeta y novelista nicaragüense Gioconda Belli, autora de éxito y exiliada después de que Daniel Ortega se hiciera con el control del sandinismo, organización en la que ella militó, además, en la misma célula clandestina que el sacerdote asturiano Gaspar García Laviana, es considerada por los nuevos dirigentes de Managua como una prófuga. Si no hubiera salido de Nicaragua, habría sido detenida. Sin embargo, para muchos de sus compatriotas, no sólo no es una prófuga, sino una mujer que encarna las esencias revolucionarias del sandinismo.
El venezolano Leopoldo López, acérrimo opositor al gobierno venezolano, es otro prófugo reconocible. Está acusado de participar en un golpe de Estado contra el Gobierno de Nicolás Maduro, lo que llevó a su encarcelamiento. Actualmente se encuentra exiliado en España, donde tiene el estatuto de refugiado político. Sin embargo, sus vínculos con personajes de su país, que vulneran los requisitos de su situación, se hicieron tan evidentes hasta el punto de que se le planteó la opción de contenerse políticamente o ser devuelto a Caracas. Leopoldo López cuenta con el máximo respaldo de Estados Unidos y del Partido Popular, formación en la que milita su padre. Para estas partes, no es un prófugo. Para Venezuela, sí.
Y qué puedo decir del emérito Juan Carlos I, que pasó de sentarse en el trono de España a exiliarse en Abu Dabi por razones ampliamente conocidas. Aunque en principio no tiene delitos pendientes y puede regresar a España cuando lo desee, prefirió convertirse en prófugo “de luxe” en los Emiratos Árabes ante el temor de que el curso de los acontecimientos legales pudiera volverse en su contra y, al parecer, porque su hijo, Felipe VI, el actual rey, no desea que esté en España. Y estos, son sólo algunos ejemplos de las diferentes interpretaciones y acepciones de la definición de “prófugo”.
En resumen, la palabra prófugo parece ser tan versátil como un camaleón en un laberinto de acepciones. Desde exiliados ilustres hasta figuras controversiales con billete de primera clase hacia destinos paradisíacos, el término se adapta con la facilidad de un traje a medida. ¿Quién necesita la rigidez de la Justicia cuando puedes tener la flexibilidad de las interpretaciones? En este juego de etiquetas, todos parecen tener sus propias reglas. ¿Prófugos, exiliados o simplemente turistas con problemas de impuestos? La realidad es que la línea entre el heroísmo y la cobardía puede ser tan delgada como la hoja de un cuchillo en un banquete diplomático. ¿Quién dijo que la vida de un prófugo no podía ser de lujo?
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