En relación con la masacre del 22 de marzo en la sala Crocus City Hall de Moscú, atribuida al ISIS, hay quienes señalan a la presunta fuente primordial: Estados Unidos de Norteamérica. La facción yihadista responsable de este acto terrorista surgió en 2014 en Afganistán, avivada por el odio hacia Rusia, a raíz de la invasión soviética del territorio afgano entre diciembre de 1979 y febrero de 1989.
Entonces, ¿cuál sería la razón detrás del telón? En 1979, la URSS invadió Afganistán en apoyo a su gobierno comunista, que estaba inmerso en una guerra civil contra grupos insurgentes: principalmente aldeanos y ciudadanos que adoptaron procedimientos de guerrilla en las zonas montañosas, hostigando a las fuerzas soviéticas y al ejército afgano. Inicialmente, la asistencia exterior provino de Arabia Saudí y Pakistán, pero la intervención yanqui fue decisiva.
El congresista demócrata Charlie Wilson fue el impulsor de la implicación de Estados Unidos en el conflicto. A partir de 1980, Wilson forzó un aumento significativo en la cooperación norteamericana a los fundamentalistas islámicos, argumentando que su lucha era una oportunidad para debilitar a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. La CIA supervisó la “Operación Ciclón”, un programa encubierto diseñado para proporcionar respaldo militar y financiero a los integristas. La contribución incluía armamento, municiones, fondos y entrenamiento, y se canalizó a través de Pakistán para llegar a los grupos de los insurrectos afganos.
Entre 1980 y 1984, la colaboración directa no superó los 30 millones de dólares anuales. Sin embargo, en 1985, con el inicio del segundo mandato de Ronald Reagan, la cifra se multiplicó primero por diez y luego por veinte, alcanzando los 650 millones de dólares en 1988, según cifras oficiales de la CIA. Es importante destacar que estas cantidades no reflejan la totalidad de los fondos destinados a sostener el conflicto, ya que hubo otros canales de financiación no reconocidos.
Este impulso fortaleció la capacidad de los muyahidines para resistir y desgastar a las fuerzas rusas. En 1989, los soviéticos se retiraron definitivamente de la zona. Estados Unidos había extendido su influencia por todo el territorio, avivando el conflicto y dejando un país en ruinas. Esta política revela que para la Casa Blanca las poblaciones de otros lugares son sólo recursos para la consecución de sus intereses.
Cuando la Administración de George W. Bush retiró su apoyo, Afganistán se precipitó en un período de caos y conflicto interno. El gobierno provisional, liderado por el tayiko Burhanuddin Rabbani y respaldado por las fuerzas de Ahmad Massoud y de Rashid Dostum, se enfrentó a la oposición de los clanes pastunes liderados por Gulbuddin Hekmatyar. Este desacuerdo étnico desencadenó una nueva guerra intestina entre 1992 y 1996, durante la cual la capital, Kabul, que previamente había escapado de daños significativos, fue devastada.
Aun así, el asesor de seguridad de Jimmy Carter, Zbigniew Brzeziński, expresó con firmeza y sin remordimientos en una entrevista del semanario francés Nouvel Observateur de enero de 1998 lo siguiente: «Arrepentirme, ¿de qué? La operación encubierta fue una gran idea. ¿Qué es más importante para la historia mundial, los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Un puñado de islamistas exaltados o la liberación de Europa central y el fin de la Guerra Fría?».
La injerencia de Washington en Afganistán durante la Guerra Fría tuvo consecuencias a largo plazo, incluido el ascenso de los talibanes y la implantación de un nuevo orden internacional, que se vio reflejado en los ataques al World Trade Center en septiembre de 2001. A lo largo de la historia, el gobierno de Estados Unidos ha recurrido a estrategias de economía de guerra controlada para evitar recesiones económicas, promoviendo y respaldando conflictos armados con el fin de expandir su gasto público y, por ende, aumentar la demanda interna. Por ejemplo, el Gobierno de Joe Biden ha enviado más de 76.000 millones de dólares a Ucrania entre el 24 de febrero de 2022 y el 7 de diciembre de 2023. Esta cifra es una estimación que no incluye todo el gasto relacionado con el conflicto ruso-ucraniano.
El crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) norteamericano pasó de un discreto 0.6% en el primer trimestre de 2023 a un significativo 4.9% al cierre del año fiscal. Esta ampliación se atribuye a la asistencia militar brindada, entre otros, al movimiento sionista en su genocidio en Gaza.
Grandes empresas como Lockheed Martin, RTX Corporation, Boeing o Northrop Grumman son líderes en ventas de material bélico a nivel global. Estados Unidos destina más de 800.000 millones de dólares anuales al gasto militar, representando casi el 3.5% de su PIB, cifra mayor que el promedio de las naciones de la Unión Europea, que canalizan en general el 1.6% de su PIB.
La política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio se remonta a las Guerras de Trípoli, a principios del siglo XIX. Este conflicto surgió debido a la extorsión de los piratas berberiscos a los navíos mercantes americanos en el Mediterráneo. En respuesta, la fuerza naval estadounidense atacó los puertos en los que se encontraban los piratas para poner fin a los saqueos.
La posición estadounidense en el mundo árabe se volvió más expansiva tras la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos buscó contrarrestar la influencia de la Unión Soviética en la zona apoyando regímenes anticomunistas y respaldando a Israel contra los musulmanes prosoviéticos. Además, asumió el papel de valedor de la seguridad en el Golfo Pérsico durante los años 60 y 70 del siglo XX, para garantizar el flujo estable de petróleo.
Desde los ataques del 11-S, la estrategia norteamericana en Oriente Medio ha estado marcada por un énfasis en la lucha contra el terrorismo. Aunque mantiene relaciones diplomáticas con todos los territorios del entorno, excepto Irán, la Casa Blanca ha priorizado su intromisión en el conflicto palestino-israelí y la limitación de la proliferación de armas de destrucción masiva entre los estados islámicos.
En 2020, la firma del Acuerdo de Abraham fue un hecho histórico. Emiratos Árabes, Baréin, Sudán y Marruecos reconocieron a Israel como país. Esta maniobra diplomática fue secundada por Egipto y Jordania, que ya habían entablado relaciones con el Estado hebreo décadas atrás. De esta forma, éstos pasaron a ser socios decisivos de Estados Unidos, al igual que Arabia Saudí y Qatar; cuyo vínculo con el gobierno norteamericano es fluido y abarca una variedad de sectores, como la seguridad, el comercio y la energía. A pesar de su condición de aliados, ambos países han enfrentado acusaciones por presuntas conexiones con grupos extremistas islámicos. Estas incriminaciones añaden más complejidad a sus relaciones bilaterales, generando críticas y desacuerdos en ciertos aspectos políticos.
En el escenario de la guerra en Ucrania y la escalada de tensiones en la región, el reciente asalto al Crocus City Hall plantea preguntas sobre posibles motivaciones y conexiones internacionales. Países musulmanes como Arabia Saudí y Qatar, que mantienen relaciones de interés con Estados Unidos, podrían verse involucrados indirectamente en esta dinámica geopolítica. Por otro lado, la simpatía de la comunidad tártara de Crimea hacia Ucrania genera una atmósfera de incertidumbre, especialmente considerando su conflicto histórico con Rusia y su lucha por la autonomía y los derechos en la zona.
El hundimiento del USS Maine en 1898 es un evento rodeado de controversia y especulación. Aunque el gobierno de España denunció que había sido un ataque de falsa bandera, recientes investigaciones han arrojado luz sobre otro posible motivo. Según algunos estudios, la explosión que provocó la destrucción del acorazado y la muerte de casi toda la tripulación a bordo, podría haber sido el resultado de un accidente fortuito, causado por el estallido de un cartucho de pólvora que se encendió debido a un fuego espontáneo en la carbonera del crucero de guerra. A pesar de la incertidumbre sobre su origen exacto, el suceso del USS Maine fue utilizado como justificación por parte de Estados Unidos para entrar en guerra contra España, lo que condujo al fin de la hegemonía colonial española y al ascenso de Estados Unidos como potencia mundial.
En el transcurso de la historia moderna, varios incidentes han suscitado sospechas de ser presuntas acciones de falsa bandera por parte de Estados Unidos. La Operación Northwoods, una propuesta del Departamento de Defensa en 1962, buscó fabricar argumentos que justificaran la invasión de Cuba mediante actos simulados que culparan a Fidel Castro. Además, documentos oficiales y testimonios han revelado la planificación de operaciones similares, como el “Incidente del Golfo de Tonkín” en 1964, utilizado para implicar a Vietnam del Norte y justificar la participación estadounidense en la Guerra de Vietnam.
En 2001, se produjo otro acontecimiento que generó una enorme polémica. El FBI admitió que los ataques con ántrax en tierra norteamericana, conocidos por el nombre de “Amerithrax”, fueron llevados a cabo por científicos de la Administración de George W. Bush. Altos funcionarios de la agencia federal afirmaron que Washington había dado instrucciones para atribuir las acciones a Al Qaeda y vincular el ántrax a Irak, con el propósito de argumentar un cambio de régimen en ese país. Estas afirmaciones plantean dudas sobre la veracidad de la versión oficial de los hechos, sugiriendo que los intereses políticos de Estados Unidos podrían haber influido en la interpretación de estos.
Teniendo en cuenta los antecedentes, se podría plantear la posibilidad de que el reciente atentado terrorista en la sala de conciertos moscovita estuviera relacionado con tácticas geopolíticas más amplias, siguiendo un patrón de incursiones de falsa bandera ejecutadas para alcanzar objetivos políticos específicos.
En el escenario del ataque al Crocus City Hall, surgen distintas teorías sobre una posible confabulación. Al considerar quiénes podrían ser los perjudicados y quiénes podrían ser los beneficiados, se plantean distintas perspectivas. Por un lado, la Federación Rusa se encontraría en una posición vulnerable, ya que el acto terrorista se saldó con 139 muertos y más de 140 heridos, además de causar daños materiales y generar un clima de inseguridad en la población. La reputación del gobierno ruso se ha visto afectada por esta agresión en lo que respecta a la seguridad, mientras que la población civil ha sufrido los mayores traumas emocionales y físicos como consecuencia del atentado. Con todo esto, hay actores que podrían aprovecharse de la situación. Por ejemplo, si se presume que Estados Unidos y la OTAN estuvieran involucrados en una operación encubierta, obtendrían cierta ventaja al debilitar a Vladímir Putin y desviar su atención y el aporte de recursos al conflicto en Ucrania. Esto formaría parte de una estrategia más amplia para presionar al Kremlin en el escenario geopolítico actual.
En última instancia, estos episodios plantean desafíos significativos en cuanto a la estabilidad y la cohesión. Por ello, es esencial realizar investigaciones exhaustivas para esclarecer los hechos y evitar que se repitan en el futuro. La transparencia y la cooperación entre las naciones son fundamentales para abordar las complejas dinámicas que subyacen a estos actos.
En contraste, este atentado podría consolidar los planteamientos de Putin. Si se establece una narrativa que relacione el atentado con una agenda internacional en su contra, Rusia tendría la posibilidad de aprovechar la situación para reforzar su imagen como víctima de acciones hostiles externas. Esto fomentaría la solidaridad y el sentimiento nacional en torno al gobierno ruso y justificaría medidas más expeditivas en su política exterior, incluso apuntalando su posición en el conflicto con Ucrania al presentarse como una nación bajo amenaza enemiga.
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