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Fe y ambición: el credo del señor arzobispo

Las declaraciones del arzobispo de Oviedo en contra de la amnistía no añaden nada relevante. Su verdadero interés parece ser el dinero, como demuestra la especulación inmobiliaria de su organización Lumen Dei
3 de junio de 2024
Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, es el comisario pontificio de Lumen Dei. Fotografía de archivo.

Y a mí, ¿qué cojones me importa que un clérigo salido de una covachuela del Concilio de Trento diga en un acto religioso que no está de acuerdo con la amnistía y que le duele España? Como si su declaración altisonante añadiera algo definitivo a la solución de este asunto que polariza el país, salvo su vinculación con el adoctrinamiento irreflexivo de Vox. Para lo que sirve…

Es una forma de exacerbar más a la sociedad. Las palabras del arzobispo de Oviedo tienen tanto valor como si yo, un ateo irreductible, expresara que la extremaunción es una verdadera tontería. Como si los creyentes me fueran a hacer caso.

A don Jesús Sanz Montes lo único que le interesa y lo que mueve su fe es el dinero, como se ha visto con la actuación de la organización que preside, Lumen Dei, y su objetivo de desalojar a religiosas de sus conventos en lucrativas operaciones de especulación inmobiliaria asociadas a fondos de inversión. Este buen samaritano hace equipo estupendo con las rebeldes monjitas de clausura del convento de las clarisas de Belorado, en Burgos, y con el obispo excomulgado en 2019, Pablo de Rojas, que también está en el ajo.

Que a monseñor no le guste la amnistía es un hecho irrelevante. Lo que ha molestado a muchos es que haya aprovechado la celebración el pasado 30 de mayo del centenario de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús de Gijón, un acto que estuvo repleto de creyentes y autoridades, para soltar el mitin. Y yo, que estuve a punto de ir, porque mi abuelo paterno tuvo algo que ver con la colocación de la estatua del santón en la cumbre de la basílica…

Sanz Montes tiene que hacérselo mirar, porque si en vez de desvariar sobre asuntos terrenales dedicara más tiempo a las cosas de su gestión, se echaría las manos a la cabeza al comprobar que el número de creyentes y practicantes desciende de manera irrefrenable. Si fuera consejero delegado de una empresa privada, de esas que a él tanto le gustan, ya tendría la carta de despido en sus manos.

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