No soporto a los desclasados, esa gente que, al calor del éxito y el dinero, da la espalda a sus orígenes y trata de borrarlos como sea. Tampoco puedo con los ultracatólicos, esos especímenes que intentan a toda costa imponer su fe y sus creencias, y convencernos de la existencia de un Dios defensor de patrias, banderas y tradiciones. Siento un profundo asco por los taurinos, adalides del maltrato y la muerte que buscan placer y diversión en el dolor ajeno, y que llaman arte y cultura a lo que no es otra cosa que crueldad y psicopatía. Aborrezco a los apolíticos, esos que jamás se pronuncian de palabra aunque se posicionan de hecho. A los que equiparan a machistas y feministas, a maltratadores y maltratadas, a fascistas y antifascistas, a explotadores y explotados. Los que, desde su indiferencia política, toleran y se mantienen en silencio ante las injusticias.
Cuando se junta un elenco con estas características, las náuseas aumentan exponencialmente. Me da igual cuál sea su lugar de nacimiento, su profesión o su habilidad. Me da lo mismo que sean futbolistas o los colores que defiendan; el sentimiento es el mismo. El estiércol tiene su uso en el campo; fuera de él, no es más que mierda maloliente. Lo mismo ocurre con Dani Carvajal.
Y esta repulsión se vuelve aún mayor cuando el problema se personifica en individuos que, además de tener poder, cuentan con un altavoz para difundir su necedad. Que un imbécil tenga poder es un problema. Si, además de poder, tiene un altavoz para dar rienda suelta a toda su necedad, deja de ser un problema y se convierte en un peligro. El imbécil no escucha, no razona, no mide las consecuencias de sus palabras ni de sus actos; piensa con las vísceras y golpea con la cabeza.
Pero, ¿qué hacer cuando alguien así se cruza en tu vida? Es complicado, la verdad. Hablar con quien no escucha es perder tiempo, saliva y energía. Razonar con quien ni sabe ni quiere hacerlo es agotador y supone un desgaste enorme. Ponerse a la altura de quien utiliza la cabeza como ariete es arriesgado.
Hace mucho decidí no perder el tiempo con imbéciles, evitar bajar al fango, no ponerme a su altura ni entrar en su juego. Si les dejas llevarte a su terreno, estás perdido. Fue una gran decisión; mi salud mental ha salido ganando, y eso es algo que no tiene precio.
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