La ultraderecha y la masa social. Un análisis

La ultraderecha se fortalece explotando el descontento social y económico, ofreciendo soluciones radicales que conectan con el malestar popular. La izquierda europea debe replantear sus estrategias, abordando las preocupaciones reales de la ciudadanía y renovando su discurso para contrarrestar el avance de estos movimientos extremistas
20 de agosto de 2024
En la imagen, un grupo de neonazis en las calles de Barcelona. Fotografía: Lorena Sopena.

No es fácil prever la unidad de acción de la izquierda europea después de la irrupción de la nueva ultraderecha en el contexto político actual. Y no lo es porque los activos ideológicos de aquella, las líneas de análisis de su discurso, descansan en un proceso ya caduco dentro de las dinámicas actuales de la población de los países que componen la Unión.

No se ha advertido que el contexto en el que pesca la ultraderecha es un viejo río ignorado que provee de innumerables peces: individuos damnificados por las crisis económicas, por la debilidad de conciencia en el ámbito de las democracias y, sobre todo, por una falta de referentes nacidos en el seno de la izquierda que puedan servir de acicate a las demandas de los ciudadanos.

La ultraderecha juega bien el papel de rescatador de sociedades, amplifica los estados de ánimo y favorece la contestación, repudia el contexto democrático desde dentro de la democracia y edifica torres altas donde situarse ante la debacle de la clase política a la que, previamente, ha insuflado un odio argumental.

No le interesa la política pero es la política su principal arma de destrucción, su Armagedón dentro del marco de sus planes de futuro. La idea de destruir les funciona porque se ha generado una masa que lo pide; el odio les funciona porque hay grupos de individuos que se mueven por conductas de odio; las crisis les vienen bien porque desde ellas es desde donde se atrae a los ciudadanos que las contestan. Y si el ámbito de acción se amplía a cada instante, mejor que mejor.

No es, por tanto, la ultraderecha la que genera sentimientos de rechazo al otro, o violencia social y procesos antidemocráticos, sino que son ellos los que se apoyan y se construyen sobre las actitudes de la sociedad para estructurar sus discursos. Estamos hablando, a la postre, de una política que tiene en su haber aquello que la gente siente, mera reivindicación del sentimiento, ante la que es muy difícil plantear alternativa. Deberíamos preguntarnos, entonces, si los argumentos que proclaman giran alrededor de partidos creados desde postulados de ultraderecha tal y como se han presentado, o es la sociedad misma la que está interviniendo, condicionando ese lenguaje.

La juventud, principal baluarte de las conductas de ultraderecha en Europa, viene trasladando la idea de que ellos son negacionistas de las viejas democracias porque no ofrecen una solución real a sus problemas; pero también actúan desde la necesidad de una defensa ante el sistema, que creen corrupto y, desde luego, poco ajustado a sus ideas de sociedad. El tiempo está amplificando los apoyos de los jóvenes a estos partidos que representan más claramente sus intereses, que enfocan bien el problema que a un buen número de sus miembros les acucia, que cuidan la manera en la que defienden sus ideas para situarlas en el centro del debate, verdadera gasolina para el incendio en una sociedad beligerante, crítica y temerosa.

Los partidos de ultraderecha sólo tienen que esperar, dejarlos venir, para conseguir sus fines. Francia puede ser el próximo foco de acción, pero ya está acotándose en Italia, naciendo en España, trasladándose a las calles de Alemania.

Wilhelm Reich, en su poderoso libro “Psicología de masas del fascismo” (1933), aborda esta y otras cuestiones en la irrupción de Alemania como exponente de grupos de ultraderecha y, por supuesto, analiza la crisis económica y una fuerte crisis de referencias intelectuales que pudieron encaminar a la irrupción de Adolf Hitler como salvador de los alemanes, como pilar de regeneración de la nación.

En su enfoque hay una idea que vuela por sus tesis. Reich se pregunta cómo pudo la masa social acabar en la ultraderecha recibiendo toda una batería de acciones económicas y sociales de izquierdas. La construcción de los fascismos se aborda, no desde el economicismo o desde la defensa de los intereses sociales en su conjunto, no basta atajar el problema desde la perspectiva de las necesidades sociales básicas (trabajo, alimento, calidad de vida, etcétera), sino desde la puesta en valor de un sentimiento patriótico y la irrupción de la ilusión, del alma y del espíritu como potenciadores de los valores que estos partidos defienden. Esa puede ser una de las claves para entender el aumento considerable del voto a determinados partidos en el seno de las democracias europeas actualmente. Poco puede haber cambiado desde entonces porque las sociedades son cuerpos vivos que repiten experiencias.

Para terminar, es necesario destacar una idea que Reich vendrá a defender en su libro y que condensa bien dónde estamos y dónde podemos llegar a estar: “La política (marxista) no habría tenido en cuenta, en su práctica política, la estructura caracterológica de las masas ni el efecto social del misticismo”. Luego irrumpió el fascismo y se generó la Segunda Guerra Mundial.

¿No será tiempo de que sea la izquierda la que haga posible un giro táctico para evitar la barbarie? Análisis, comprensión de los efectos de la masa social en su conjunto, ajuste de las medidas necesarias para reconducir las democracias para dotarlas de entidad real, disposición para hacer de la política un espacio necesario y rotundamente constructivo y, cómo no, para ir acabando con las metástasis que van ocupando porciones enteras de una Europa en trance de desaparecer.

Empecemos a entender las causas para que no nos sorprendan las consecuencias.

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