No tengo empacho en coincidir con el Papa Francisco, a pesar de que no soy creyente y las moralinas de la Iglesia me traen sin cuidado. Cuando el Sumo Pontífice afirma que deportar a inmigrantes es un acto inmoral, está ejerciendo un papel legítimo y de clara integridad en relación con los derechos humanos, por lo que estar de acuerdo con él es muy fácil. En su audiencia del 28 de agosto, el Papa dijo: «Hay quienes trabajan de manera sistemática y con todos los medios para rechazar a los migrantes. Y cuando esto se hace con conciencia y responsabilidad, es un pecado grave».
Lo que no tengo claro es que algunos de los más fervientes admiradores de la doctrina católica, de la cual el bonaerense Bergoglio es el guía espiritual, coincidan con su visión. Esto se debe a que, entre los detractores de que muchos desheredados de la Tierra lleguen a España en cayucos u otros medios, están aquellos que van todos los domingos y fiestas de guardar a cumplir con los preceptos de su religión. En bastantes ocasiones, católicos y xenófobos pueden llegar a ser equivalentes.
Parece que las palabras del Papa cayeron en saco roto entre destacados dirigentes del Partido Popular y Vox, que en los últimos días se han mostrado muy favorables al discurso antiinmigración, el cual genera apoyo entre los españoles menos informados. Echo en falta que algunos de ellos alaben la coherencia del Santo Padre.
Y es que, contrariamente a la posición de quienes se oponen a la llegada de los que vienen a salvarse de la quema, los datos económicos demuestran claramente que no sólo son bienvenidos, sino que deberíamos levantarles una estatua. El diario La Vanguardia del domingo resaltaba en titulares: “Los afiliados extranjeros ya suman el 13,5% y dinamizan la economía”.
En 2023, la Seguridad Social recaudó cerca de 18.000 millones en cotizaciones procedentes de afiliados no nacionales, de un total de 184.000 millones de euros en recaudación general. Así que no hay motivo para andar con chorradas.
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