Desafiando el más mínimo concepto de democracia, Emmanuel Macron despreció los resultados de las últimas elecciones legislativas y dio un golpe de Estado al elegir como primer ministro a Michel Barnier, un republicano de derechas que había quedado relegado en las preferencias de los votantes. En lugar de optar por un representante del Nuevo Frente Popular (NFP), que, aunque sin mayoría absoluta, fue el partido más votado, el actual mandatario francés eligió a Barnier.
El fundador de Renacimiento (RE) no quería un jefe de gobierno de izquierdas, por lo que retorció la legislación y privó a los franceses de una figura que respondiera a las necesidades de ese segmento poblacional. Esta maniobra se produjo para evitar que la izquierda derogara su reforma reaccionaria de las pensiones y para impedir el aumento del salario mínimo para los más pobres. El remilgado Macron aceptó con agrado las exigencias de las multinacionales y de los poderes financieros, que no quieren perder dinero, arrebatando a sus compatriotas lo que la mayoría reclama: la posibilidad de vivir con dignidad.
El diario parisino Libération destacaba el pasado fin de semana en sus titulares: “¿Y ahora qué?”, recordando la bella canción que interpretaba Gilbert Bécaud en los mejores tiempos de la chanson française, que tanta fama le dio a ese país en medio mundo. El periódico galo dudaba de que la artimaña del presidente Macron resultara productiva y cuestionaba si la gestión de Barnier, elegido por la simple razón de haber negociado la salida de Gran Bretaña por el Brexit, fuera a dar frutos a medio o largo plazo.
Lógicamente, la izquierda francesa —los Ecologistas, el Partido Comunista, el Partido Socialista y La Francia Insumisa (LFI)—, indignada con la decisión del engreído sedicioso jefe de Estado, ha puesto en marcha movilizaciones populares reclamando la revocación de ese dictado, anunciando que no cesarán en sus protestas hasta que se nombre a un primer ministro de la lista que ganó las pasadas elecciones legislativas, convocadas por la Presidencia francesa para tratar de frenar el auge de la extrema derecha en la primera vuelta.
Además, la humillada gauche francesa ha iniciado lo que denomina una moción de censura para hacer saltar por los aires a Macron. Sin embargo, está por ver si la iniciativa tendrá éxito, ya que tanto el centro-derecha como la ultraderecha del país prefieren mantener al presidente en el Palacio del Elíseo, pues creen que su debilidad política actual es propicia para que termine dimitiendo a largo plazo.
Dado que Michel Barnier cuenta con el respaldo por conveniencia estratégica de los escaños derechistas —incluido el grupo de Marine Le Pen—, el planteamiento del NFP es empujar a Macron hacia las posiciones más ultras con el objeto de que los franceses comprueben con sus propios ojos la connivencia entre el presidente y los sectores más radicales y antisistema, si bien parece que la batalla no será corta.
La inseguridad de Emmanuel Macron, la confianza de la izquierda en sus políticas, y las medidas jurídicas y movilizadoras han dejado muy tocado al presidente francés. Es muy probable que sufra otro embate si, como avanzan algunos medios, Barnier no recibe el apoyo de la Asamblea Nacional francesa para residir en la sede del Gobierno en Matignon.
Da la impresión de que la egolatría de Macron le convierte en un admirador secreto de Philippe Pétain, ya sabéis, aquel general, héroe de la batalla de Verdún durante la Primera Guerra Mundial, al que se le subió la gloria a la cabeza y terminó siendo el líder del régimen de Vichy, títere de la Alemania nazi, pero que al final acabó en la cárcel. Y luego afirman algunos que el dictador es Nicolás Maduro. Ejem.
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