Las pulsiones que se viven dentro del seno de los grupos políticos son, cuando menos, una curiosa manera de enfrentar el día a día. No atienden a cuestiones que tengan que ver con el trabajo de afirmación de equipos ni con la dimensión especulativa ante asuntos de relevancia; o no sólo eso, sino que también se dan comportamientos que tienden más a la necesidad de esconderse en el caparazón de la ignorancia o a pasar desapercibidos en la vorágine de voces que se saben necesarias a la hora de confeccionar discursos, establecer estrategias o aplicar acciones para los argumentarios. No es de extrañar que, en determinados espacios, se proyecte a aquel o aquella que no hace ruido con sus ideas y la comunicación de sus argumentos, o que se mantiene al margen de las luchas de poder y la refriega.
Una entrevista reciente a uno de los técnicos de La Moncloa, Jaime Miquel, pone de manifiesto algunas cuestiones operativas de importancia dentro de la maquinaria de Pedro Sánchez. Las estrategias políticas, asumidas desde el núcleo duro de Palacio, son recibidas con escepticismo por la base técnica, que dedica su esfuerzo diario a confeccionar datos y mantener un camino de información desde lo pensante hasta lo ejecutante, aunque este trabajo tenga el recorrido corto que, en principio, no se le debería suponer. Se trata, entonces, de un proceso de trabajo objetivo, en algún momento especulativo, dotado de conocimiento intelectual, que intenta dar argumentos a los gabinetes correspondientes y a las personas cercanas a la presidencia, quienes reciben el análisis de los técnicos para confirmar presupuestos y establecer acciones. Pero, ¿en qué pasillo o despacho del camino se quedan esos análisis? En el espacio que sirve de frontera entre la especulación con datos objetivos y la ambición de quienes reciben esos trabajos, justo en el sitio donde se separa la acción intelectual de la acción del peloteo y las envidias, amén de otras prerrogativas fundamentales para mantenerse a flote.
Ese, y no otro, es el problema del trabajo que se realiza dentro del seno de los despachos del poder: Un grupo humano dedicado a elaborar datos y a establecer coordenadas de análisis, y otro encaminado a la promoción personal y a la palmada en la espalda del líder. No es de extrañar que la información que se trabaja en los grupos de los primeros quede dilapidada en los de los segundos: desfondada, inoperante e innecesaria para el día a día de estos.
En esa misma entrevista, Miquel cuenta que en el edificio ocupado por los técnicos se analizaba una muy probable victoria de Pedro Sánchez en las últimas elecciones presidenciales, mientras que el grupo de los interesados hombres y mujeres cercanos al poder se especulaba sobre una posible pérdida electoral. Esto les llevó a formar parte de las listas del PSOE en puestos relevantes, esparcidos sus nombres por las provincias del país que tratan de defender.
Así las cosas, los cercanos a Sánchez intentaban salvar su futuro político por encima de la necesidad de su presidente de ganar con la conjunción de fuerzas progresistas que más tarde arrojaron los resultados. Estaban huyendo con el rabo entre las piernas, ahormando un futuro de congresistas, diputados provinciales y senadores que les permitiera continuar con sus ritmos vitales adquiridos. ¿Puede extrañarnos semejante afirmación? Creo que no.
Los partidos políticos deberían, en la medida de sus posibilidades, poner el foco en aquello que se llamaba “lealtad” y que ha quedado reducido a grupos humanos desvinculados de la sincronía de lo ideológico y de una base necesaria de inteligencia política, para pasar a ocupar el territorio del sumiso, ruin e inútil cuerpo de acólitos que, en gran medida, hace desesperar a los expertos que analizan, meditan y tratan de definir las estrategias políticas más relevantes, las más necesarias y, en la mayoría de los casos, las más acertadas para seguir la senda del trabajo bien hecho.
Aquellos que en algún momento han formado parte del grupo de pensamiento y análisis —y créeme que sé lo que digo— han terminado tirando la toalla viendo cómo la información generada queda muerta en los andenes de la conducta de los cercanos al poder, siquiera por no querer admitir que las tesis que podrían desprenderse de los informes pueden estar atinando en la diana de lo necesario.
No es que yo esté a favor de la tecnocracia, que me parece un error en su sentido más amplio, sino que sería bueno desvincular de las estrategias del poder —lo ostente el partido que lo ostente— a aquellos y aquellas que no son útiles más que para su propio beneficio, cosa que hacen a la perfección, y dejar paso a quienes, como Jaime Miquel y otros muchos, aciertan cuando critican el submundo que se cuece dentro de las mazmorras de Palacio. Algunos ya tomaron otros rumbos, acelerando la búsqueda de un mundo mejor y menos contaminado; otros siguen sufriendo en silencio la inoperancia, la abulia y la ignorancia de unos pocos. Y así no.
Orientar la política hacia el desarrollo de la acción en el seno de La Moncloa no requiere de egoísmos, envidias ni grupos de presión de la libre designación. Es necesario pensar en cómo analizar, planificar estrategias y poner de manifiesto la necesidad de argumentos sólidos. Además, es fundamental crear un grupo humano de relevancia —cosa nada gratuita— para entender que, en definitiva, de eso se trata.
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