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La anacrónica resistencia a descolonizar el arte

La propuesta del ministro de Cultura, Urtasun, de descolonizar el arte se enfrenta a la resistencia de los sectores más retrógrados. Por ello, su éxito es vital para alcanzar una justicia cultural auténtica. Devolver obras a sus propietarios legítimos no sólo honra la historia, sino que también enriquece nuestra identidad, desafiando el elitismo presente
28 de septiembre de 2024
Ernest Urtasun, ministro de Cultura de España, en una rueda de prensa. Fotografía de archivo.

A ciertos personajes del ámbito cultural y de la derecha mediática no les agrada nada la voluntad política del ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ni la del conjunto del Gobierno español en lo que se ha venido a llamar “descolonizar el arte”, es decir, llegar a acuerdos para que obras del patrimonio histórico nacional sean devueltas a sus auténticos propietarios, a quienes habitualmente se les expolió mediante conquista.

Este proyecto del Ministerio de Cultura no es privativo de España. Más países lo han hecho suyo y, ya sea mediante transacciones o a través de pactos entre estados, han procedido a devolver a su lugar de origen obras de arte o monumentos que fueron creados o nacieron en otras tierras, donde suelen ser expuestos de forma temporal. De esta manera, Perú ha recuperado el símbolo de Cuzco, conocido como el Sol de Echenique: una pieza prehispánica de oro que fue regalada al presidente peruano José Rufino Echenique durante su visita a la ciudad en 1853.

En Portugal no se discute el retorno de las obras de arte a Mozambique o Angola, que durante la etapa de dominación colonial portuguesa fueron expoliadas, y ya han comenzado a hacerlo. Chile también ha conseguido acuerdos con Estados Unidos para que el pueblo chileno pueda disfrutar de pinturas y esculturas que estaban fuera del país, aunque en muchas ocasiones sólo sea mediante préstamos.

No entiendo, entonces, el porqué del escepticismo e incluso de la negativa de algunos sectores reaccionarios a abjurar de una propuesta política generosa y justa: la de restituir a sus propietarios naturales lo que les pertenece. De eso se trata: que las conquistas y los robos, perpetrados por la fuerza y el uso de las armas, sean revisados y se haga justicia en un ideario internacional tan simple como reintegrar lo saqueado en tiempos pasados.

No sé si este recelo colonial se debe a que no se ha entendido la máxima del Ministerio de Cultura o si quienes se oponen a esta decisión son herederos del “sosteneya y no enmendaya”, que todavía pervive en el inconsciente de muchos ciudadanos honorables que no quieren concretar ese mecanismo tan elemental para hacer justicia y reparar el daño causado a la cultura de otras naciones que en su día fueron sojuzgadas.

O quizás lo que repugna a las mentes de quienes se oponen a esta descolonización del arte es el hecho de que sea una persona de izquierdas, como Ernest Urtasun, el actual titular del cargo, quien lidere esta propuesta basada en la colaboración entre los pueblos y la justicia universal. Sin embargo, creo que esa sería una visión prejuiciosa que no se corresponde con el afán de la cultura de llegar a todo el mundo y no ser tan elitista.

La descolonización del arte en España apenas ha comenzado y, según reconocen sus impulsores, será un proceso lento. Esto no se debe a su propio deseo, sino a la necesidad de regular el trámite de acuerdo con las normas internacionales. Sin embargo, su lentitud no empaña la voluntad política del Ejecutivo progresista de llevar a cabo una decisión que debería agradar a todas las personas de buena voluntad.

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