Compromiso editorial

La libertad de expresión es consustancial al ejercicio de la democracia; para que un sistema plural y tolerante funcione se precisa de una sociedad ilustrada sin censura ni injerencias de terceros.

En virtud del artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: todo individuo puede y debe gozar de la libertad de opinión y de expresión. Por otro lado, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos determina la regulación de una serie de obligaciones y responsabilidades que la práctica de esta prerrogativa comporta: límites legales relacionados con pronunciamientos difamatorios, manifestaciones denigrantes para el ser humano o de conspiración contra el orden constitucional, entre otros.

En este contexto, el desenvolvimiento de la actividad periodística en los tiempos modernos debería asentarse sobre el principio de veracidad, relatando a la ciudadanía aconteceres de procedencia segura y demostrable con el aval irrefutable de una independencia política y mediática. Pero esto no sucede así.

Esperamos que el mundo vuelva a cotas más normales, que podamos contemplar con calma el cielo, que no se hable más de dictaduras. Quizá tendremos que ir tirando… mientras la primavera tarda aún en llegar. (Franco Battiato)

Internet y la era de la posverdad trajeron consigo el surgimiento y proliferación de la información líquida: la gran estafa del periodismo contemporáneo que desdibujó la línea divisoria entre lo verídico y el embuste en favor del poder, implantando el clientelismo y la corrupción como hábitos cotidianos. Así pues, los conglomerados mediáticos pasaron a construir y distribuir las noticias siempre al servicio de los mercados financieros, convirtiéndose en la voz de su amo. En España, Atresmedia y Mediaset operan así, en un escenario de competencia imperfecta con el benedícite del gobierno del momento.

En la historia del fraude periodístico español quedarán registrados por siempre los tejemanejes empleados por Antonio García Ferreras —prosélito de don Florentino—, el volatinero Eduardo Inda y el forajido José Manuel Villarejo, que se juntaban con alevosía y nocturnidad para representar la versión patria de “Juego de Tronos”: traiciones, pactos y mucha estrategia para lograr sentarse en el Trono de Hierro. Esto jamás debería haber ocurrido, si bien la revelación del chanchullo supuso una bofetada de realidad para algunos, que no el despertar de la conciencia de un país manipulado y traicionado. Porque todo sigue igual y el periodismo honesto permanece encajonado en los límites del género de la ciencia-ficción. Y Ana Pastor, compañera de trayecto de García Ferreras, continúa como garante de un tinglado especializado en verificación de hechos (!) llamado Newtral: la fábula del zorro cuidando el gallinero.

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