
Publica El País en su edición del pasado 18 de julio un artículo, cuya autora, Ana Torres Menárguez, titula “El cerebro necesita emocionarse para aprender”. Fascinante y revelador.
La cultura es lo que queda en nuestra memoria gracias a la emocionante aventura de aprender. Muy poca o ninguna emoción positiva despertaba en mí el aprendizaje “oficial”. La imposición, el rigor y el estrés del temario, o de los exámenes, bloqueaban mi capacidad de aprendizaje, mi curiosidad innata y mis ganas de saber.
De ahí que, salvo que la materia impartida fuese de mi agrado, el resto resbalaba por mi epidermis sin llegar a calar en mi atribulado espíritu. Por eso la mayoría de cuanto sé, se debe al deseo de satisfacer mi insaciable afán de conocimiento en libros, cines, museos, conversaciones, películas, documentales, revistas, radios, diarios… y cualquier posible fuente de información, donde la propia realidad siempre suponía la mejor de las bibliotecas.
Y todo ello, aliñado con la sorpresa, el asombro, la fascinación, y la inmensa satisfacción que, a cualquier espíritu inquieto y curioso, supone el descubrimiento de la realidad, o de la imaginación. ¿Hay algo más emocionante?
Texto: Miguel Aramburu.