
Si nos tenemos que ceñir a la famosa frase que dice que “cada uno es lo que hace”, no puedo quedarme callado y aceptar, sin más, que soy un fotógrafo. Y no puedo, no sólo porque para hacer fotografías hay que ser también iluminador, atrezzista, decorador, compositor, escenógrafo, editor y, cuando trabajo con personas, director de modelos, entre otras cosas.
Tampoco lo digo porque mi trabajo esté inmerso en el mundo audiovisual donde también soy director, director de fotografía, creativo, cámara, iluminador, productor, editor de vídeo, sonidista y no sé cuántas cosas más.
Evidentemente tampoco lo digo porque, como ingeniero, dé soporte a la informática necesaria, diseñe arquitecturas de servidores y redes o porque gestione contenidos audiovisuales para televisión o internet.
Lo digo, fundamentalmente porque mi vocación es el arte y esa vocación y mi propia sensibilidad, hacen que mi trabajo tenga siempre un toque romántico, espiritual, profundo… Haga lo que haga siempre busco la excelencia con los medios disponibles y me entrego al cien por cien. Da lo mismo que esté digitalizando una vieja cinta VHS o esté planificando un documental, un vídeo corporativo, una pieza de videoarte o diseñando una sesión de fotos con modelos. Mi cabeza funciona así y no soy capaz, ni quiero trabajar de otra manera.
El arte está en mi forma de ser y veo la vida con unos ojos que los demás ni siquiera imaginan. Por eso trato de expresarme, a veces con palabras, y la mayoría de las veces sin ellas, con fotografías, videoarte o alguna otra forma de expresión plástica.
Por eso no puedo callarme. No soy un fotógrafo. Soy, o por lo menos es lo que quiero creer, un creador de imágenes, un inventor de sensaciones… Un artista.
Texto: Javier A. Bedrina.