
Julio Anguita no se ha ido del todo, en lontananza diviso su distinguida figura que se desdibuja entre los pinsapares de la Sierra Bermeja; todavía quedan gigantes contra los que cargar, que no molinos, por demás de cuantos ardides se valga la rufianesca de hoy para engañarnos. En la política, la realidad ha de ser una e incorruptible, y en esta lid se mantuvo a pie firme nuestro repúblico maese, a quien más que jerarca andalusí me gustaría rememorar hidalgo de los de lanza en astillero, que con honestidad, oficio e inspirado verbo rindió fidelidad imperecedera al pueblo llano, renunciando incluso a su estipendio vitalicio por los servicios prestados al terruño, yermo de certitud y colmado de sangre rancia.
“Poderoso caballero es Don Dinero”, escribió Quevedo. El capitalismo convirtió en polvo las pilastras del propósito de igualdad social, y quizás todos hayamos sido en mayor o menor medida culpables de este desastre. Decía Don Julio Anguita que “la gente que vuelve a votar a ladrones es responsable de lo que luego pueda suceder”. ¡País de insensatos Alifanfarrones y Pentagolines!
Es por ello que, Sanchos que cabalgáis a lomos de vuestros nobles jumentos el légamo de esta ínsula Barataria, lugar de todo género de inmundicia, marchad a perpetuar el ideario de tan egregio adalid de los valores de justicia y libertad, que un día decidió que los tratos de poder no eran para él, y rechazando las prebendas se fue tal como llegó: sin tesoros ni cantares de gesta, pero más juicioso en decisión.
Texto: Xosé Mon González.