
Plantear una acción de espíritu crítico como es “Venta de Lágrimas” en una tienda supone poner en evidencia la eterna paradoja: la crítica de las consecuencias de un capitalismo agresivo es absorbida y lucrada por el propio capitalismo como ya señalaba Jean Baechler.
El gran espectáculo del sufrimiento y su reprobación es absorbido y moldeado a conveniencia por los medios de comunicación, el marketing, la publicidad, la política y los grandes lobbies mundiales. La competitividad por el dinero y el poder convierte lo más sagrado del ser humano: el dolor, el arte y el pensamiento en meros objetos de compra y venta.
Lo que se considera como capital es tan sólo una invención y creencia mental que depende únicamente de la realidad, poder y valor que cada cual quiera entregar y convierte al humano en objeto sin valor como un ser de “usar y tirar”. Proporcionalmente, los valores morales y esenciales desaparecen según el beneficio económico que se obtenga o se ofrezca a terceros.
El extremo más aberrante es que todo tiene un precio: el dolor y las lágrimas, el sufrimiento, la dignidad y la muerte se convierten —bajo el amparo de la injustificable arma del miedo— en mercancías de venta justificables ante cualquier barbaridad. Cada vez existen menos límites; los “daños colaterales” siempre excusados y defendidos priman sobre el sentido común e incluso las Constituciones.
Todo da lugar a un gran vacío que hay que llenar con el consumo alentado por la familia, las escuelas, la sociedad y todo lo que nos rodea. Una felicidad ilusoria que ofrece dar sentido a nuestra existencia, muy alejada de la verdadera libertad del Ser real.
Texto: Redacción.