Eugenio del Río escribe en “Jóvenes antifranquistas (1965-1975)” (Catarata, 2023) sobre algunas cuestiones de importancia en la función seminal de las luchas ideológicas frente a la dictadura, los procesos de identificación con las tendencias más revolucionarias y las bases teóricas que impulsaron la acción de la juventud de la España de los años sesenta y setenta del siglo XX.
El movimiento revolucionario, interpretado por distintas organizaciones políticas de extrema izquierda, o de izquierda radical o revolucionaria, supondría uno de los elementos de análisis, no sólo de los últimos resortes del franquismo, sino también de los años de la transición política española.
Las fuertes convicciones ideológicas, la violencia como base indispensable para la acción, la formación marxista y maoísta, dependiendo del núcleo intelectual, las disposiciones culturales que todo ello traía aparejado, fueron los pilares sobre los que edificar un compromiso ético y político en el que descansara la fuerza del antifranquismo.
Del Río atribuye a los movimientos de izquierda la desestabilización del Régimen y opera desde esa convicción para analizar cada uno de los resortes de sus actividades, proponiendo un análisis de parte en la trayectoria de las formaciones que constituyeron el núcleo duro de esos años de lucha.
Pero a lo que anima la lectura del libro es a plantear toda una serie de interrogantes de las condiciones en las que esos grupos juveniles abordaron su condición de salvadores, de precursores de movimientos nacidos del desconcierto social y de la abulia de la dictadura, sometidos a una fuerte carga de homogeneidad de pensamiento, donde los procesos intelectuales de análisis del país soportaban las claves del propio desconcierto de los analistas, una visión limitada de lo social y un desconocimiento de las tesis que, quizá de manera soterrada, se iban imponiendo en ámbitos de contestación desde la socialdemocracia, por poner un ejemplo.
En este orden de cosas, llama poderosamente la atención la defensa de la construcción ideológica a través del sueño, al que alude Eugenio del Río: “soñar libremente sin que la experiencia práctica pudiera venir a quitarnos la razón” dice en los primeros capítulos. Y es desde donde realmente se fomenta la construcción del aparataje teórico y práctico, la convicción de que lo que el autor llama “artefactos literarios”, un recurrente necesario para los acontecimientos que tuvieron lugar en las organizaciones juveniles enfrentadas al franquismo.
La juventud es, pues, el gran elemento a tener en cuenta en aquellos movimientos sociales, una juventud que propone un mundo nuevo y que lucha por conseguirlo. Más tarde, la realidad de las funciones de la nueva política les llevaría a asumir otras responsabilidades dentro del tiempo de la democracia española posterior.
Pero me parece interesante quedarse con las características principales de defensa del autor: una convicción poderosamente juvenil, un sueño en la acción política como recurso fundamental y una necesidad de supervivencia en la hostilidad de la dictadura. Del Río habla de una pertenencia al grupo que suponía para muchos “una necesidad vital”.
El contexto de la lucha social, sea en el período que sea, debe descansar en esta articulación de la sociedad para promover actitudes de contestación; en caso contrario, es difícil entender una revolución que ponga a debida distancia un compromiso de sociedad alienado u hostil a sus propios recursos, alejado del humanismo, de la complejidad del análisis del juicio político y de la evolución en la protesta o el conflicto.
Vivimos tiempos que son, nos guste o no, herederos de las crisis surgidas en los últimos años de la dictadura franquista y de los errores producidos por el período de transición, que también los tuvo, desde los que recrear una España con un fuerte componente burocratizante y con las bases de un nuevo capitalismo como forma de construcción de la estabilidad y la paz social que tanto protagonismo tuvo en esos primeros años de la España constitucional. Nuestra juventud ha sido educada por nosotros, los mismos que creímos en la estabilidad y en la función primordial del capitalismo para dotar de calidad de vida a nuestras familias. Ella es ahora nuestra juventud a largo plazo.
La pregunta sería: ¿está comprometida para contestarlo? Una juventud que ataje los conflictos heredados para proponer esos pilares de los que nos habla Eugenio del Río. ¿Tienen los jóvenes en sus destrezas sociales, en sus procesos educativos, la posibilidad de agarrar en estado seminal las convicciones propias de la edad, el sueño como característica y una conciencia de grupo para defenderse de los procesos que estas nuevas sociedades están diseñando? Tengamos en cuenta que, definitivamente, son ellos los vapuleados por las circunstancias que vivimos, ellos principalmente, como grupo de desarrollo, como motor de futuro, como nuevo enfoque. Y nosotros los culpables de sus faltas.
La alta temperatura ideológica que hoy asume la ultraderecha para alcanzar sus fines, tiende a promover una democracia en descomposición, un ácido potente capaz de hacer desaparecer cualquier prueba fehaciente de nuestra constitución como país desarrollado en condiciones sociales favorables, de libertad, igualdad y de respeto. ¿Será esa juventud la que se imponga, la que describa su espacio desde estos postulados? Estamos en tiempos de acción política; pero hacia dónde los dirigiremos.
Dejadlos que piensen, dirán algunos. Sí, pero que sean capaces de hacerlo en libertad.
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