He llegado a los 70 años y he comido todos los días y si alguno no lo he hecho, posiblemente haya sido por estar empachado o guardar ayuno por enfermedad. Mi madre fue una excepcional cocinera reconocida, una de sus máximas era que hacer un buen guiso con todos los ingredientes lo podía hacer cualquiera sin el menor conocimiento de cocina. Tenía razón, toda la razón.
Se han puesto de moda los programas de los cocineros famosos, los aborrezco, me repugnan. Sé que es un producto televisivo donde el interés no está en lo que se hace sino en la mercadotecnia para conseguir publicidad y crear beneficios a la productora y anuncios a la cadena, supongo que eso es algo que todos conocen y de no ser así, lo explico para que sepa. Sé algo de televisión, he escrito, presentado y dirigido trece documentales de 50 minutos, de los que han visto la luz nueve o diez con una aceptable audiencia, probablemente se sigan emitiendo en las emisoras de las Comunidades Autónomas y ello, creo que me faculta para comentar lo que considero un despropósito. Hay muchas maneras de hacer televisión, pero la que se ha elegido para MasterChef es un horror. Tres cocineros y uno de ellos mujer, por cierto de muy alta clase social, de esa gente que te mira por encima del hombro y camina entre supuestos algodones, los tres se han autoerigido como obeliscos de la estética y el sabor para niños, adultos y conocidos personajes sin contratos para realizar su trabajo, hablando en plata en el desempleo más absoluto.
Y ahí empieza mi crítica, tratan fatal a los participantes, los humillan, manchan y miran con desprecio, se arrogan una supremacía de la que carecen, les instan a que abandonen los platós donde se graban los programas, les gritan y chulean. ¿Cómo es posible que un programa de esta naturaleza haya triunfado en la parrilla de televisión? ¿Qué se creen estos desagradables cocineros? ¿Por qué no enseñan en lugar de burlarse de la gente? ¿Cómo el público no atrapa sus mandos y cortan la emisión, qué nos ha pasado?
Quienes nos hemos criado entre fogones, sabemos que los buenos cocineros y cocineras no son así, de serlo se quedarían sin ayudantes inmediatamente, suelen ser personas amables que aman su oficio y respetan a sus subalternos puesto que ellos antes también lo fueron. Pero ahí están a quienes denuncio vendiendo cacerolas en figuras de cartón de tamaño natural en las cabeceras de los hipermercados, editando libros que posiblemente jamás escribieron, invitándonos a comer canelones como si en las cocinas españolas no supiéramos cocinarlos.
Nos hemos maleado. Tres chuletas hasta anteayer desconocidos maltratan a la gente y no lo impedimos, el espectador es el juez supremo, las plataformas ejercen un gran poder en los circuitos culturales y comerciales, pero de ahí a comprarles sus cacerolas, libros o contemplar como vejan a los concursantes sí es nuestra responsabilidad y somos culpables, están ahí y son famosos porque se lo permitimos: mala gente.
Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz tienen acorralada a la gallina de los huevos de oro y no la sueltan: es decir, se embolsan 10.000 euros por cada uno de los programas que graban y cada temporada consta de 13 entregas. Si sumamos, descubrimos que “la pandilla del puchero deluxe” se lleva 130.000 euros por edición.
Existe mucho más amor en un guiso sencillo de cualquiera de nuestros hogares que en cientos de estrellas Michelín de desaprensivos como los chefs televisivos. No sé quiénes me leerán y nunca posiblemente lo llegaré a saber, pero tengamos en consideración que permitir que se trate mal a la gente con el único fin de conseguir contratos y anuncios es ser tan vil como quienes lo protagonizan en la televisión pública que pagamos todos.
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