Los bufones de la Edad Media tenían como sublime cometido hacer reír a la corte de los reyes, pero en especial a estos.
Y por eso aquello de que no hay nada más divertido, y sobre todo más inteligente, que reírse de uno mismo; las mejores chanzas y burlas solían consistir en imitarlos, satirizarlos y ridiculizarlos. De hecho, los bufones eran los únicos a quienes se les permitía hacerlo sin que sus cabezas peligrasen, caso que sólo sucedería si no resultaban graciosos a sus serenísimas majestades.
Pues bien, resulta que los cómicos —y Dani Mateo lo es y actúa en un escenario ante nosotros, cortesanos— en el terapéutico y sano ejercicio de su profesión interpretan un papel, y ese papel es el de la transgresión, la provocación, la burla… En definitiva, atraviesan el duro y frío espejo de la rígida e inamovible realidad para hacerla más flexible, más dúctil, más permeable a cualquier posibilidad de mejora, de avance, de progreso, porque sólo traspasando los límites se conocen los márgenes de la verdadera libertad.
Pero lo del defenestrado politicucho Mariano Rajoy —lo fue por peores motivos que un inocente chiste: capo pepero, incompetente, irresponsable y que no ha pedido perdón— no sucedió en un plató de televisión sino como presidente del segundo partido del país, que acabaría siéndolo de este, refiriéndose al más supremo acto de patriotismo: el desfile del Día de las Fuerzas Armadas. Para Mariano los boatos castrenses del 12 de octubre son un tostón. «Mañana tengo el coñazo del desfile… en fin, un plan apasionante» le comentó en su día el gallego, de forma distendida, a su compañero de partido Javier Arenas.
Y a pesar de la gravedad de los hechos, Ezpañistán no se rasgó sus hipócritas vestiduras de meretriz mal pagá y adocenada. Como diría el gran Forges: ¡Paísss!
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