Hace unos años, bajo el título “Cooperación o extinción” (Ediciones B), Noam Chomsky publicó una serie de reflexiones nacidas del encuentro “Internacionalismo o extinción”, que tuvo lugar en Boston a mediados de octubre de 2016, en las que alertaba sobre las condiciones de vida de las sociedades y de las posibles amenazas de la supervivencia humana sobre la tierra.
Las debilidades en las claves del sostenimiento de los procesos democráticos, la emergencia que supone el cambio climático para la superficie de nuestro planeta y la amenaza nuclear, sientan las bases de una hecatombe que vendría a producir acciones de trascendencia para evitar el deterioro y la desaparición de la especie humana en tales circunstancias.
Las alertas vienen, también con Chomsky, describiendo la necesidad de establecer comportamientos que ayuden a bajar el consumo que propicia la acumulación de gases contaminantes en la atmósfera, las asimetrías que proponen una suerte de nuevo espacio liberal que trasciende al neoliberalismo ya instalado entre nosotros, y que algunos lo describen como una vuelta al fascismo, y la firma de tratados de eliminación de armamento nuclear entre bloques con pasos adelante en el desarrollo de una paz mundial mucho más firme y duradera.
Pero, con los acontecimientos vividos por la población mundial en los últimos años, podemos empezar a pensar que estamos alejando sustancialmente cualquier propósito de cooperación, internacional e interindividual, que nos hiciera más capaces de obrar con optimismo ante el debilitamiento de las estructuras sociales más ecologistas, más colectivas o menos beligerantes.
Estamos arrastrando un proceso torpe en la defensa de nuestra propia supervivencia como especie. La cooperación vendría a ser un elemento fundamental para entender que la conjunción de fuerzas sociales propicia mayor estabilidad, más fuerza en la toma de decisiones, más capacidad de análisis y, por tanto, mayores respuestas para concentrar actitudes de supervivencia para la humanidad.
La idea de Asamblea, que trató con mucha precisión el recientemente desaparecido Toni Negri, habla de la acción social desde la reflexión del grupo, siendo éste el depositario de cualquier decisión política y dejando el espacio de las instituciones para la gestión.
El gran motor está en la cooperación entre individuos, en la acción comunitaria y la puesta en común de las opiniones y las acciones a seguir. La cooperación como salvación ante el individualismo imperante.
Una de las soluciones propuesta es la implementación de comportamiento sociales que tengan que ver con el activismo, muy mermado en porcentaje en España, y ampliamente establecido como toma de decisiones en los países del norte de Europa.
El polo opuesto está en algunos acontecimientos políticos que han tenido lugar en los últimos años: La ascensión de Milei a la presidencia de Argentina, los pagos del húngaro Viktor Orbán en el bullicio imperante en la Unión Europea, la vuelta al liderazgo de los republicanos americanos con la figura inextinguible de Donald Trump, la ascensión de la ultraderecha en el tablero político de la vieja Europa, los nuevos salvadores económicos en gobiernos americanos del sur, están debilitando los procesos de cambio hacia sociedades más justas, más igualitarias y con mayores capacidades de decisión.
Esa libertad depositada en el individuo, el que por su propia individualidad se agarra al egoísmo como comportamiento, tiene más que ver con un proceso de extinción que con uno de cooperación.
Y es que las democracias tienden a debilitarse, el ser humano que no vive en contacto emocional con otros apuesta por su propio beneficio y el de su familia, la sociedad desnortada no quiere entender de profundidades químicas y de destrucción ecológica a largo plazo, la guerra se convierte en un ajuste de cuentas para desgarrar territorios y procurarse muertes en nombre de la protección de los propios o, lo que es peor, en defensa de las bases ideológicas de turno. Hemos construido un ser humano deshumanizado.
Estamos viviendo un debilitamiento en la actitud de las sociedades que activa la acción de gobiernos ultraconservadores, que los pone al frente de la gestión de individuos que los jalean como si las democracias fueran el mal endémico del tiempo presente, como si la alternativa de lo social fuera la extinción de lo social para beneficio de lo individual.
Pero nuestra existencia es una existencia compartida. Ahí es donde radica nuestra grandeza. Cooperación o extinción para calibrar el tiempo que nos queda, para preguntarnos hacia dónde caminar.
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