Nadie augura un futuro largo al Gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Los últimos acontecimientos derivados de la votación de la ley de amnistía han puesto de manifiesto diferencias sustantivas dentro de los pactos que armaron la investidura, muy distantes opiniones en torno a las políticas nucleares de la izquierda y un pesimista estado de alerta en el seno de PSOE y de Sumar.
Pero a nadie le puede extrañar la salida de tono de Junts, un partido que arrastra una ideología de acusado carácter liberal, nacida en el seno de la alta burguesía catalana y, ahora, sedimentada en un proceso independentista de tintes autoritarios, encabezado por una marioneta en Waterloo que mueve sus manos desde las cuerdas sostenidas por un neoliberalismo muy consecuente, no sólo con el separatismo, sino también con un fuerte componente xenófobo.
Cuando Junts calla, está hablando alto y claro sobre sus condiciones autoritarias, excluyentes y discriminatorias en el seno de un partido que, entre sus intenciones, no sólo está la independencia, sino la protección de los suyos antes que la de Cataluña y, cómo no, una manera egoísta de entender la política que va en su genética como partido liberal reaccionario, si me permiten el término.
Con Junts sólo Junts puede dialogar, entre otras razones, porque el lenguaje empleado en cualquier negociación lleva aparejada una carencia de juicio crítico, de análisis pausado y de reflexión política, tres componentes fundamentales para obrar en consideración con el fin de alcanzar los propios fines, las demandas y las acciones futuras.
Pero, pese a esa falta de naturaleza comunicativa, derecha y ultraderecha están entendiendo perfectamente lo que tratan de decirles y, como consecuencia, preparan sus armas para el ataque, las mismas que son del acero de la carencia de juicio crítico, de análisis pausado y de reflexión política. Un mismo lenguaje preparado para asaltar los cielos.
Y, de la otra parte, una Gobierno que intenta no transigir con el tono desfavorable de los catalanes, y que trata de fijar posición sobre temas que afectan a Cataluña sin saber muy bien si los votos necesarios para desarrollar las leyes podrán venir de los afectados o si encontrarán el muro de la incomprensión y el chantaje.
Hay dos maneras de hacer política en este tiempo convulso: Una, anclada en la esencia del diálogo y la fuerza del discurso, rescatada de la oratoria y de los logros derivados de la inteligencia de quien la defiende; la otra, instalada en la descalificación, el silencio y el chantaje, sin ningún otro recurso necesario para conseguir estados de beneficio.
La segunda está dando sus frutos, y parte del arco parlamentario ha descubierto que es herramienta más que suficiente para progresar en sus políticas, para tener ganancias en los votantes y para disgregar, aún más, cualquier intento de poner orden y concierto en el hemiciclo y fuera de este.
A río revuelto…, decía el refrán español. Y es que la dimensión moral que sentó las bases de las democracias, el contexto del ciudadano que vive en la polis y los análisis de Aristóteles, Hobbes o Maquiavelo, por citar algún ejemplo con todas sus características para analizar ampliamente, han servido de poco en una fase de nuestra democracia que ha olvidado, que ha tapado, que ha ido creando muros en los territorios de defensa del ciudadano, del Estado, de la razón nuclear de los gobiernos, sean del signo que sean.
Queda poca esperanza en el seno de la coalición de la izquierda española porque no han entendido que la política, ahora, ha dejado de lado lo social para establecerse en el universo de lo particular, ha olvidado el nosotros para entenderse en el yo, ha difuminado la idea del territorio amplio instalando fronteras ideológicas donde sembrar sus propios argumentos que, a falta de cordura, nacen de un populismo feroz y amplificado en el seno de nuestras nuevas sociedades. Sería necesario censurar esta política para hacer política.
Lo destacable es que, la parte que ocupara el Partido Popular dentro del arco ideológico español, está difuminando también la idea de una derecha democrática que asumió la urgencia de establecer pautas de freno a la ultraderecha ultramontana, derivando en un discurso, por acción u omisión, muy parecido a las características que antes criticaba. Y así, todo es campo abierto para la desestabilización como resorte.
Junts ha puesto la bandera en tierra de la democracia para aprovechar su fertilidad, para desarrollarse como ideología de palo y tentetieso, y acometer la búsqueda incesante de aceptación de sus políticas más delirantes. El Gobierno necesita los votos de los catalanes para todo lo que sea susceptible de ser aprobado en el Parlamento, también presupuestos. Luego podemos augurar muy malos tiempos para, no sólo la izquierda en el poder, sino también la firmeza de una democracia que tendríamos que haber empezado a entender antes de enfrentarnos a ella.
El buen arte debe necesariamente ser parte del gran arte, decía Ezra Pound. Yo soy de la idea de que para tener buena política, para entenderla como necesaria, antes deberíamos saber lo que es la gran política. ¿Dónde están nuestros maestros?
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