Escucho en un canal generalista de televisión, entre sorprendido y molesto, unas declaraciones del que fuera todopoderoso vicepresidente del Gobierno de Felipe González, Alfonso Guerra —hoy un zombi de la política cuyo único interés parece ser denostar a su compañero de partido, Pedro Sánchez—, afirmar que el actual Gobierno progresista es una dictadura y que quien no siga las consignas del aparato socialista será purgado, como si Emiliano García-Page fuera un hincha fanático del actual presidente español.
Lo curioso de este esperpento de otra época es que debe de pensar que los españoles somos tan gilipollas como él y que no nos acordamos de cuando era la mano férrea con puño de hierro que advertía que «el que se moviera no salía en la foto» y que «afuera hacía mucho frío», o cuando decidió, junto con José María Calviño, vía interpuesta, la supresión del programa de RTVE “La clave” y el despido de su director, el periodista asturiano José Luis Balbín, porque el sevillano se creía el amo de la televisión pública y el chuloputas de España.
Digo que escuché sorprendido a Guerra porque pensaba que no podía hacerse más daño a sí mismo y a su propio partido por un problema de egos y por negarse a reconocer que su tiempo político ha expirado hace ya mucho, y también digo que estoy molesto porque el que fuera vicesecretario general del PSOE entre 1979 y 1997 trata de engañar a la ciudadanía con un mensaje demócrata que nunca se ha creído a nivel personal.
El tándem Alfonso Guerra y Felipe González ha resuelto hacerle la campaña electoral a la derecha del PP, ya que Alberto Núñez Feijóo es incapaz de despegar ni de salvar los muebles siquiera, pero tengo la convicción de que los dos máximos dirigentes socialistas de la década de los años ochenta del siglo pasado pinchan en hueso.
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