La Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) que azotó, entre otros, los municipios de Catarroja, Paiporta, Sedaví y Torrent, en la Comunidad Valenciana, desde el pasado 29 de octubre, dejó tras de sí una tragedia imposible de borrar en la memoria colectiva. Hasta hoy, la cifra de víctimas mortales asciende a 223 personas, un número que trasciende la estadística para convertirse en un sombrío retrato de devastación. Sin embargo, en medio de la catástrofe, el espacio televisivo del canal Cuatro “Horizonte”, dirigido por Iker Jiménez y Carmen Porter, ofreció al público un espectáculo de insensibilidad extrema, explotando el dolor ajeno, el de los afectados por este desastre, para capitalizar y rentabilizar económicamente el sufrimiento de la otredad. Mientras el programa alcanzaba un 13.1% de cuota de pantalla —su máximo histórico—, las imágenes de la destrucción se repetían sin cesar como en un negro y pervertido caleidoscopio, adoptando una estrategia que sólo perseguía consolidar una narrativa de los hechos acaecidos que, lejos de comunicar lo que sucedía, que es lo que debe hacer cualquier medio de información que se precie, y además en circunstancias de emergencias extremas como las que se han vivido en la zona y que aún se siguen soportando las consecuencias de la catástrofe, pues, decíamos, Iker Jiménez y Carmen Porter sólo parecían, en opinión de muchos, alimentar la morbosa fascinación que ciertas personas —mejor no clasificarlas— pueden sentir ante la adversidad de terceros.
La decisión de emitir un programa sobre la DANA en un momento tan crítico no fue casual. Las tragedias generan expectación, y el constructo de Iker Jiménez, tradicionalmente enfocado a fenómenos paranormales y teorías de conspiración, aprovechó esta coyuntura para mantener cautiva a una audiencia masiva. La cobertura de “Horizonte” se caracterizó por un óptica sensacionalista, empleando imágenes y relatos dramáticos sobre la fatalidad, a la vez que incorporaba un tono de misticismo y de teorías conspirativas y paranoicas, apuntaladas en presunciones retrógradas y sin basamento científico alguno, lo que contribuyó a falsear la realidad e introducir en la mente de la ciudadanía ideas provenientes de un segmento dirigente extremista y ultra que, para desgracia de la ciudadanía, cada vez está teniendo más predicamento en el orbe.
El culmen de la desvergüenza llegó con la escena protagonizada en la oscuridad por Rubén Gisbert —que no se vio en directo, pero fue difundida en las redes sociales por un ciudadano que la grabó con su móvil—. En ella, se veía al youtuber ultra rebozarse en barro antes de registrar la toma. Este intento cuasi pornográfico de agrandar la desdicha resultó ser, más que una aberración del ejercicio periodístico, un insulto a las víctimas de esta catástrofe acrecentada por el cambio climático.
Esta técnica de aprovechamiento de la desolación humana es habitual en el tándem Jiménez-Porter. La desinformación no solo se limita al contenido que presentan, sino también al uso que hacen de personajes que ceban una visión distorsionada de la realidad política, social y económica de España.
El celebérrimo comunicador alavés, con su querencia hacia los postulados emparentados con los promovidos por el movimiento QAnon, ha captado la atención de un abultado grupo de incondicionales que no solo se sienten atraídos por los subterfugios, sino también por una cosmovisión ultranacionalista. A lo largo de los años, los programas del “milenario” Iker han sido cuestionados por dar voz a colaboradores y expertos (por decir algo) que promueven el radicalismo, la homofobia y el patriotismo reaccionario. Nombres como el psiquiatra forense José Cabrera, el contratista de seguridad personal José Félix Ramajo, el subinspector de policía Alfredo Perdiguero, el agitador ultra Daniel Esteve, el mecánico de coches Ángel Gaitán, el coronel Pedro Baños, el general Rafael Dávila o el presidente de la asociación Policía para el Siglo XXI Samuel Vázquez son recurrentes en La Nave del Misterio. Esta red de cooperadores necesarios no sólo comparte un ideario común y el afán de ganar dinero a costa del infortunio de otros, sino también una vinculación directa con la polarización que se vive en nuestro país; muchos de ellos, en especial…, a través de su relación con Vox, el partido fascista español.
El caso de Iker Jiménez y Carmen Porter es un ejemplo paradigmático de cómo la desinformación y los relatos exagerados pueden ser explotados económicamente. Su evolución hacia una línea editorial cargada de colosales mentiras y fruslerías ha sido recibida con desaprobación por muchos expertos en comunicación y por los responsables de medios escritos y audiovisuales, que alertan sobre los peligros de un periodismo que se alimenta de la crispación y antepone el show a la verdad. De esta forma, el espectador termina consumiendo una información que desnaturaliza hechos reales, alimenta miedos infundados y, lo más preocupante, construye una historia en la que quien está frente al televisor se siente parte de una lucha épica contra la política de inclusión.
No podemos ignorar el poderío económico de este “binomio de lo anormal”, por parte de influyentes figuras mediáticas y de empresarios de éxito en su caso. Su táctica consiste en crear una fórmula de entretenimiento que, además de atraer a las mentes menos privilegiadas, les proporciona ganancias millonarias. La feliz pareja, especializada en OVNIS y extraterrestres, así como en contactar con espíritus del más allá, entre otros chanchullos del misterio, posee una fortuna de diez millones de euros y 16 bienes inmuebles.
El impacto de Iker Jiménez y Carmen Porter en nuestra sociedad no se limita a la producción de un contenido aparentemente inofensivo. A través de sus propuestas audiovisuales, que a menudo presentan un universo de seres mágicos en el que habitan duendes y hadas, establecen, para desgracia de los ciudadanos de a pie, un entorno de radicalización que no es fruto del azar, sino el resultado de una entente mundial que persigue destruir las democracias en favor de la tiranía del capital y de los hombres y conglomerados que lo controlan. Lo que inicialmente parece ser algo trivial es, al final, una puerta de entrada para normalizar visiones distorsionadas de la realidad. Su enfoque banaliza fenómenos sin sentido y se convierte en una herramienta para sembrar desconfianza hacia las instituciones democráticas y el marco legal, alentando la división y el rechazo hacia los principios democráticos fundamentales.
Dicho lo dicho, el llamamiento es claro: la ciudadanía debe estar alerta ante la manipulación de la prensa, que convierte la tragedia humana en un circo mediático con el fin de consolidar la posición del oligopolio de la comunicación y del poder político de los sectores más retrógrados.
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