Carecer de un relato. La crisis de la subjetividad

La pérdida narrativa ha generado una grave crisis en nuestra manera de interactuar y comprender el mundo. En un marco de relaciones fragmentadas y dominadas por las redes sociales, se desvanece la capacidad de contar historias, de conectar realmente con los demás. El lenguaje, empobrecido, refleja la desconexión social
24 de noviembre de 2024
En la era de los avatares, la comunicación se fragmenta y la identidad se pierde. Imagen de archivo.

Podríamos decir que vivimos en un mundo que ha perdido el relato, en una sociedad que es incapaz de contar con cierta dignidad comunicativa lo que está pasando, desde dónde se estructura o de qué manera nos afecta aquello que habitamos. Nos hemos hecho seres humanos que activan sus mecanismos de comunicación desde plataformas, WhatsApp, o cualquier otro programa de mensajería, sin atender a las posibilidades que nuestra capacidad de emisión nos da, y lo extrapolamos a nuestros ritmos diarios. Podríamos decir que estamos, no solamente en una crisis global en torno a las luchas por el territorio o al debilitamiento de las viejas estructuras, sino que vivimos ya en una crisis del lenguaje.

Como hablantes, nuestros mecanismos nos permiten articular palabras que ponen de manifiesto una condición adquirida en el uso de la lengua, pero también la acción de describir con ellas lo que está sucediendo dentro de nosotros, en la base de nuestro conocimiento, y, así, transmitirlo. Digamos que el lenguaje es correa de transmisión entre lo profundo del ser y lo comunicable.

La base más sólida del psicoanálisis es la puesta en valor de los discursos del paciente; la manera de contar su realidad adquiere aquí un valor importante en la búsqueda del diagnóstico y en las posibles soluciones ante la patología. La muestra más eficaz para conocer al otro es atender lo que el otro nos quiere contar y sacar de ahí, de ese territorio de la narración, nuestras propias conclusiones. Pero si las sociedades actuales, las nuevas generaciones, están perdiendo la habilidad de contar, podemos encontrar un panorama desolador para enaltecer la base de la comunicación, para, en definitiva, acercarnos y sentirnos cerca o, lo que es lo mismo, construir una sociedad que se comunica y se entiende.

La psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar habla de esto en un magnífico ensayo titulado “Sin relato: Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad”, Premio Anagrama de Ensayo 2024. En las páginas que componen este documento, López Mondéjar nos cuenta, sobre procesos de base empírica, cuáles son las causas de la desorientación que supone la pérdida de nuestro don narrativo, cuáles los espacios en los que estamos debilitando el lenguaje a través de lo que llama “el ocaso del narrador”. Es acertado comprobar de qué manera las actitudes de los jóvenes han derivado a una interacción fundamentalmente cibernética frente a la posibilidad de contarse historias, de acercarse a la amistad desde la planificación de los hechos narrados. La fragmentación es una prueba evidente de esta nueva situación, porque en esa fragmentación los esfuerzos por la narración son mucho menores. Vivimos de conversaciones de corto espectro, de frases muy debilitadas en sus composiciones léxicas, de una comunicación muy desmenuzada que viene como anillo al dedo a ese tiempo de la atención cada vez más reducido, más nimio y más inoperante.

Pareciera como si las sociedades, en su desarrollo intelectual, hubieran apostado por la ignorancia, por no saber nada o no demasiado y, en esa ignorancia, erigirnos como elementos destacables dentro del panorama extenso de los obtusos. Si queremos participar en los procesos comunicacionales de las nuevas comunidades, deberemos hacerlo desde la ignorancia, desde el desconocimiento, porque son ellos los garantes de la integración total. Frente a esto, los estudios proponen un ser humano que apueste por el conocimiento propio, una autoconciencia reflexiva que le permita construir su mundo desde un futuro netamente humano que nos marque las pautas reales como especie.

López Mondéjar dedica también un espacio a hablar de la no fricción, porque no tocarse es también un principio básico de no interactuar. La robosexualidad está imponiéndose en determinados comportamientos sexuales como una manera de alejamiento, como una protección total ante las personas. Y en ese alejamiento, en la necesidad de no tocarse, surge el sexo cibernético. La creación de páginas dedicadas a ofrecer compañía sentimental o amistosa desde la inteligencia artificial (IA), con un menú amplio de posibilidades para crear un avatar, está creciendo exponencialmente impulsada por una demanda que descansa en el dolor social del cliente y en lo que se denomina “economía de la soledad”, río revuelto en la cacería de estas empresas.

Estos toques de atención sobre las capacidades de la Red y sobre las nuevas patologías que se imponen en las nuevas colectividades, están poniendo de manifiesto que vivimos una crisis de sensibilidad, en la que la traducción al lenguaje de los sentimientos está realmente empobrecida. Las características que se desprenden de estos comportamientos evidencian una crisis mayor que la derivada de la defensa de espacios de frontera, de la geopolítica, porque estamos asistiendo a una crisis real de la biopolítica, de la interacción de los grupos sociales, con una brecha enorme entre el ser humano que está facultado para emocionarse y aquel que estructura su mundo sin la capacidad de tener un relato, desde esa crisis de la subjetividad a la que alude López Mondéjar.

Somos en la medida en que somos capaces de comunicarnos. Si perdemos el relato estamos perdiendo gran parte de nuestra identidad.

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