En alusión a la conjetura de la disimultaneidad de lo simultáneo de Ernst Bloch, me gustaría referir la existencia de residuos históricos trascendentales de otras épocas en nuestros días.
La práctica de ciclos como repetición de estructuras nos sitúa en la Edad de los hombres, donde el ser humano tiene capacidad para solucionar sus problemas. El hecho paradójico es que experimentamos el contrasentido de vivir la Edad de los héroes; momento de grandes enemistades y disputas que sostiene sus principios sobre una configuración social construida en torno a la autoridad, sin discusión y sin elección. Una singularidad retrocausal considerada contradicción en sí misma.
Atrás quedó la Edad de los dios, extirpada de la psique humana por las convulsiones contemporáneas: “Ahora es cuando la montaña del acaecer humano se agita con dolores de parto. ¡Dios ha muerto: viva el superhombre!” El enfermizo empeño de Nietzsche por resolver la muerte de Dios deriva en el pensamiento de Dostoievski: “Si Dios no existe, todo es legítimo.”
La cosmovisión del tecno-hombre no difiere de la causa primera del homo viator. Ambos, moradores feudatarios del tiempo de los no privilegiados sometidos a la obediencia de los oficios viles y mecánicos.
Nobleza, clero y pueblo llano. Impuestos, sanciones, monopolios… Todo se repite. Todo vuelve al punto donde empezó. La historia es una reiteración eterna y atroz.
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