Construyendo plebe, destruyendo al pueblo

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En el púlpito, el farfullero popular Mariano Rajoy Brey. Fotografía de archivo.
En el púlpito, el farfullero popular Mariano Rajoy Brey. Fotografía de archivo.

Hace ya casi diez años me sorprendía al leer en la misma página de un periódico local tres noticias, a cual peor, como paradigmas de los extremismos religiosos. A modo de collage de la malignidad ejercida por estos fanáticos me encuentro lo siguiente:

Primero, cesan a la ministra de Turismo de Pakistán, Nilofar Bakhtiar, por dar un abrazo en público a su monitor de paracaidismo (ahora entiendo lo que le pasó a Richard Gere en La India). Ambos países, enemigos irreconciliables y, sin embargo, tan coincidentes en sus pensamientos radicales.

A continuación, leo que Amancio Ortega, paterfamilias de Zara, se ve obligado a pedir disculpas en Israel —uno de sus mercados más exitosos— a los judíos ultraortodoxos por haber mezclado en la misma prenda dos tejidos vivos —lino y algodón—, lo cual supone un sacrilegio según los preceptos de dicha religión. En fin, alucino: si esto es pecado, la cosa está como para que permitan el mestizaje humano.

Tercero: Aunque peor, si cabe, lo de Polonia. Siguiendo con dicha página, que como veis da para mucho, me encuentro una referencia a los radicales de la tercera gran religión en discordia. Los católicos polacos de espíritu fascista siguen en sus trece, en su cruzada contra los homosexuales de dicho país y el tercero de a bordo del Ejecutivo dice una sarta de burradas en contra de los gays de las que ni me acuerdo, pero que aún superan, si es posible, las salvajadas propuestas por los próceres de las otras creencias mencionadas.

Esto es, leer para creer. Una página, tres noticias, a modo de escáner, diagnóstico de cómo estaba y sigue estando el mundo. No, lo mío en este artículo no es una crítica a los creyentes de los diferentes credos. Es, sin embargo, una denuncia contra los dirigentes político-religiosos que siembran lo que perversamente quieren recoger, la crispación en sus pueblos y las guerras. Sensu lato: construyendo plebe, destruyendo al pueblo.

Con este panorama, podríamos pensar que los ciudadanos de un país de primera como podría ser el nuestro estamos a salvo de esta intolerancia. En apariencia, vivimos en un país democrático. Volviendo a mi caballo de batalla —lo políticamente correcto— le puedo poner algunos peros a ese mensaje triunfalista de nuestros gobernantes. Al respecto, dos argumentos y un corolario personal a modo de pataleta contra algunos intransigentes patrios, fieles herederos de la Inquisición.

Argumento número uno: En 2007, Amnistía Internacional denunció que en España se estaban cometiendo actos de tortura por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y que además, la policía operaba con total impunidad en connivencia con distintos funcionarios públicos.

Argumento dos: La catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia Adela Cortina ante la pregunta “Usted ha dicho que un desafío del siglo XXI es lograr que la gente con poder tenga ética. ¿No hay manera de que la gente con poder tenga ética?”. A esto, Cortina respondió: “Es difícil. Cuando se asciende se suele olvidar la ética para aceptar las componendas que están alrededor del poder.”

Corolario personal: En mis carnes de funcionario interino sufrí durante años las salvajes acometidas de esta calaña inquisitorial. Puro terrorismo administrativo.

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