España y la esquela de la crispación

19 de noviembre de 2018
Pilar Chaves, en las jornadas “Letras en Sevilla 2017”, dedicadas a su padre. Fotografía de archivo.
Pilar Chaves, en las jornadas “Letras en Sevilla 2017”, dedicadas a su padre. Fotografía de archivo.

Viendo en “El Intermedio” un reportaje sobre la crispación en España y su origen en los últimos tiempos, me puse a reflexionar sobre cuándo comenzó ese odio africano entre las distintas formas de entender el país y de quién suele ser la culpa de estas convulsiones cíclicas que afectan a la convivencia ciudadana y pacífica.

No pude dejar de pensar en José María Aznar, un paradigma de la crispación en España, sobre todo después de que le diera aquel famoso ataque de cuernos al perder las elecciones en 2004 y ordenara al Tribunal Constitucional que perpetrara el atraco a toga armada que supuso la anulación de parte del Estatuto de Autonomía de Cataluña. El que fuera ex presidente del Gobierno ya era un consumado experto en crispar al país antes de derrotar a Felipe González en 1996, junto a un grupo de deshonestos periodistas que se hacían llamar a sí mismos el Sindicato del crimen.

Pero pensándolo bien, España ha sido siempre el paraíso de la crispación a lo largo de la historia. Qué fue sino una constante del español con poder bajito y cabreado, el ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado, el ahorcamiento del general Riego, la Inquisición, Isabel la Católica y su estafa a Juana La Beltraneja, la verdadera heredera del rey Enrique; Fernando VII o el golpe asesino del general Franco, por citar sólo algunos casos relevantes.

Las razones de que en España la crispación haya sido un elemento permanente de nuestra historia y del odio de los de arriba hacia los de abajo no han sido aún estudiadas a fondo, aunque no parece descabellado pensar en que la nefasta influencia de la Iglesia católica y su brutal relato sobre el infierno haya tenido bastante que ver. ¿Qué puede mover a los detentadores del poder absoluto a hacer de un país estupendo y soleado un carajal de odios y envidias que no tiene parangón en los países de nuestro entorno?

También me vino a la memoria el patético caso del periodista Manuel Chaves Nogales, que pretendió hacer un dibujo lo más objetivo posible de la España de la Guerra Civil, alejado de las tesis del fascismo pero también de los postulados de la izquierda soviética. Ahora este sevillano que murió de cáncer antes de cumplir los 50 años es objeto de glosas varias desde posiciones de la derecha españolista, pero cuando murió en 1944, el monárquico ABC se negó a publicar su esquela, porque era un desafecto a los golpistas. Es el acto más ruin en el que puede caer un medio de comunicación: negar una esquela a un fallecido por razones inmorales. Claro, que los fascistas españoles habían pasado la consigna de que no se hablara de Chaves Nogales, ni siquiera para decir que estaba muerto.

No voy a hacer un panegírico de este periodista sevillano porque no tengo los suficientes datos para hablar de sus artículos y de su historia, pero jamás me negaría a publicar la esquela de su muerte. No lo haría ni con mi peor enemigo. En el fondo, Chaves Nogales es el claro ejemplo de ese español al que una de las dos Españas (o las dos a la vez, quién sabe) le ha helado el corazón.

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