Ibiza, hedonismo en el Mediterráneo

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Fiesta de los tambores de Benirràs a la hora de la puesta de sol. Fotografía de archivo.
Fiesta de los tambores de Benirràs a la hora de la puesta de sol. Fotografía de archivo.

Ibiza es una isla que destila hedonismo por sus cuatro puntos cardinales. Con vitalidad feroz, no deja de ser un lugar con un gran patrimonio natural, además de cultural.

Se trata de un emplazamiento que, en su momento, se calificó como isla de los excesos. Si bien, es cierto que la gente no viaja a Ibiza para hacer punto de cruz, también lo es, que su filosofía, bien entendida, nos lleva a lo que se podrían denominar excesos no excesivos. El conocimiento de la justa medida requiere, en determinadas ocasiones, de la privación o de lo opuesto: el exceso. La educación, desde el carácter abierto, del turista ibicenco, le lleva a una especie de tolerancia de cara a los demás y hacia sí mismo.

Esa educación para el placer, que una isla de estas características impele a sus moradores, conlleva un reto para el visitante neófito, en el cual, puede sucumbir o, más bien, triunfar. La libertad que se respira en Ibiza es de agradecer en un mundo tan marcado por convicciones victorianas y/o ultrarreligiosas. Las calles del casco viejo, durante la noche, se convierten en verdaderas pasarelas de moda. Miles de caras “guapas” se pasean por esta zona portuaria, con una actitud observadora y algo provocativa; la gente se mira con naturalidad y se prepara para ser oteada.

A partir de la media noche, las discotecas se convierten en las amas de la Isla Blanca. Durante toda la noche, todos los días, su carretera principal se convierte en un hervidero de coches y peatones. Pero no todo es jolgorio, los rincones de la isla casi vírgenes son múltiples. Calas a las que se accede sólo a pie o en barca, montes de pinos, el salvaje sur y sus salinas, se convierten en lugares ideales para la abstracción. Además, es muy destacable la antigua ciudad amurallada de Dalt Vila. Sus sólidas murallas protegieron la ciudad de los ataques de piratas e invasores, con bastante éxito. A pesar de ello, sí hubo espacio para el continuo trasiego de pueblos. Fenicios, cartagineses, romanos y árabes dejaron su estela cultural en esta tierra.

En los momentos actuales, se percibe un equilibrio amable entre tradición y modernidad. Los isleños entienden bien la importancia del turismo en su prosperidad, pero no dejan de lado sus costumbres y tradiciones.

Como lugares destacados, entre otros muchos, podemos citar los mercadillos hippies de Es Canar y Las Dalias, la playa de Las Salinas y sus chiringuitos, el Bora Bora y sus largas tardes de desenfreno o paisajes naturales como Es Vedrà o Benirràs.

En esta isla de contrastes, cada uno hace lo que quiere. No se aprecian, por lo general, problemas de inseguridad, si bien, está saturada de turistas. No me extraña, observando en los reportajes de televisión que la mayoría de la “gente guapa” de este planeta elige como destino este enclave, el efecto llamada es inevitable.

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