En época electoral, como en la que hemos entrado en España camino del 28M, y aún sabiendo muy bien cómo se comportan los aparatos de los partidos políticos, sus estructuras orgánicas, sus entresijos —no en vano una vez, hace ya largo tiempo de ello, fui candidato a una alcaldía que perdí en el intento, aunque pasé cuatro años al frente de la oposición, como ha de ser—, me sigue asombrando a mi edad comprobar cómo hay candidatos que aparentan poseer todas las respuestas —por tanto mienten— cualesquiera que sean las preguntas que éstos hayan de responder a la ciudadanía, a los medios de información o resulten del calor de los debates audiovisuales…, es decir, en síntesis, que no haya margen alguno para la duda, que no tenga que haberla en todo caso. Esto es lo que me alucina: que en el juego político por alcanzar el poder no deban existir lagunas, desconocimientos, sea cuales fueren las materias que deba abordar el aspirante. Y todo es una pose, claro, una fachada, una entelequia. Claro que hay candidatos más preparados que otros, eso es evidente, y partidos que en sus programas persiguen diferentes objetivos más o memos sociales, liberales, conservadores… y hasta completar la paleta de colores si lo desea, pero, que nadie se olvide de que aparte de ello, todo es una puesta en escena, un teatrillo ordenado siguiendo los consejos áulicos del marketing.
Es cierto que yo aprendí de la derrota, que crecí personalmente con tal circunstancia y que mirado en beneficios subjetivos, y hasta puede que para la ciudadanía a la que representaba en aquellos momentos y que me votó pero no en cantidad suficiente como para obtener el bastón de mando, ese símbolo del poder que se traspasa de una alcalde a otro cuando se cede el imperium, lo normal, lo obvio, la costumbre en tales menesteres, lo que dictan los manuales sobre el buen aspirante en todo caso, es que has de mostrarte competitivo, capaz, inmaculado incluso, recio, sin fisuras, ágil en el rifirrafe y como poseído de una sapiencia y desenvoltura suficiente para epatar a la mayor parte de la ciudadanía, y que lo demás poco importa. Y hace tiempo que sé, producto quizás de los resultados de aquellos comicios que no me fueron favorables, entre otras circunstancias, que el camino, como bien dijeran Homero o Constantino Cavafis u otros tantos, es lo que importa, no los objetivos ni el destino, no, el tránsito.
Y hoy en día, y no miento, me alegra haber perdido aquellas elecciones y también, al paso, me apena ver los esfuerzos que hacen ante las cámaras los opositores o los cuadros de mando de los partidos políticos, por maravillarnos con sus proclamas. Pero, en fin… ya va quedando menos, y en todo caso, así es y debe ser la democracia.
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