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28 de marzo de 2018
Cementerio Antiguo de Alcalá de Henares, Madrid. Fotografía: Javier Jara.
Cementerio Antiguo de Alcalá de Henares, Madrid. Fotografía: Javier Jara.

El sol cae a plomo sobre el cementerio de Alcalá de Henares. Qué cosas. Lo que hoy es un recorrido de domingo para mí, un acceso de excursionismo y ánimo memorístico, lleva años, décadas, siendo el camino de adversidad de quienes viven la honra fúnebre como una manera de expiar las culpas de algún familiar, de algún amigo, de aquellos réprobos impenitentes, enemigos de España, que suscribieron la calamidad judeomasónica y se entregaron a las hordas soviéticas.

Venga, jaleo, jaleo

Yo he venido a lo mismo. Es por un familiar. Un familiar cercano del que he oído hablar muy poco, además, tal es el miedo que hemos venido arrastrando, y que aún lastramos, un miedo que nos ha obligado al mutismo, a disimular los ecos del recuerdo, los ecos de esas personas inhumadas que claman revancha, con la boca llena de tierra, con el pelotón de fusileros grabado en la cabeza como última imagen; como si una borrasca hubiese borrado de sus rostros el rictus de la muerte. —¡Fusileros!, se lamentan, —¡cabrones! Y vuelven a la rigidez ósea y al estupor mental. Mi familiar desde la fosa 676-8 del cementerio de Alcalá, y cada uno desde la suya, y nosotros, soñando con una lápida justa, mascullamos y maldecimos, lloramos, con el clínex en la mano y su dolor, el dolor de un país deshecho, a las puertas de la garganta.

suena la ametralladora.

Porque la represión en España, cifras que se apuntan hoy merced a la escalonada apertura de algunos archivos, especialmente militares, se cobró, sólo entre 1936 y 1943, aproximadamente 150.000 vidas, “intereses de represalia”, que dirían algunos, en campos de concentración y cárceles. Crímenes disuasorios, crímenes de cohibición católica, crímenes de rosario y pólvora. El historiador Javier Rodrigo, del Instituto Universitario Europeo de Florencia, sostiene que pudieron llegar a funcionar más de cien campos en nuestro país, campos por los que habrían pasado, sólo durante la guerra, y dignidad mediante, entre 370.000 y 400.000 personas. Carme Molinero, la que fuera directora del CEFID (Centro de Estudios sobre las Épocas Franquista y Democrática) señala que «los campos cumplían la doble función de depuración y de clasificar a los detenidos. En ellos los presos podían permanecer por un tiempo indeterminado a la espera de que llegaran cargos en su contra, ser enviados a la mili, a la cárcel, a batallones de trabajo o, directamente, podían ser fusilados.»

Fruto aberrante y sobradamente conocido de esa explotación, paradigma del dislate reaccionario, fue el Valle de los Caídos, Abadía de la Jodida Cruz e Infiernos Mamantones, aunque no solamente: el Canal del Guadalquivir o Canal de los Presos, que riega más de 50.000 hectáreas de las provincias de Sevilla y Cádiz, fue igualmente construido a pico y pala por presos de la posguerra, actividad que contemplaba una de las (pocas y poco lúcidas) figuras jurídicas del altofranquismo: la Redención de penas por el trabajo.

Y Franco se va a paseo.

Por otro lado están las cunetas y las fosas comunes, vejación y fanatismo, alzamiento de bandera y línea de fuego. Las asociaciones de memoria democrática valoran que quedan entre noventa y cien mil personas sepultadas en zanjas, desaguaderos, acequias, llámenlo como quieran, y que ahí van a continuar estando, esto lo digo yo, porque España, Ezpañistán, Extraña, es la única “democracia” del mundo que no ha investigado la violencia de Estado una vez superada la dictadura (la dictadura que corresponda, se entiende, que esto es como el ano, que cada uno tiene el suyo y el de los demás apesta). Ni la violencia de Estado ha sido investigada ni la apología del fascismo es delito. Lo que sí es delito, y bien gravado, por eso del caudal, es la micción de estrada.

—Es que no llegaba a casa.
—Que se aguante, oiga.
Tú ondea en Alemania el estandarte nazi, y a ver qué ocurre.
Y Franco, se va a paseo.

Aunque también existió, continuando nuestro padecer patrio, la represión cotidiana, la represión urbana, en los oficios, en la cola de la audiencia. Con la Ley de Depuración de Funcionarios Públicos (1939) se “impusieron sanciones adecuadas” a los funcionarios que, incumpliendo sus deberes, contribuyeron a la subversión y prestaron asistencia no excusable a quienes por la violencia se apoderaron de los puestos de mando de la Administración. Ya ven el calado intelectual de sus tesis, la no-ideología, la España de la logomaquia. Por esta ley miles de funcionarios fueron encarcelados, trasladados forzosamente, suspendidos de empleo y sueldo e inhabilitados.

—Que sin certificado de buena conducta no hay pan. Coño.

De modo que allá van los Íñigos, aún hoy, los Alarcón, los Manuel de Villena, aprestados con su donaire de hijosdalgo; los Millán-Astray, los Milans del Bosch, con su pestazo castrense; los Franco, los Serrano Súñer, los Moscardó Ituarte; allá van, indemnes, con sus ojos de historia, su glaucoma social, contemplando el rebrote nacional, la restauración franquista; allá van sus hijos y sus nietos, jugo capsular de sus infames gónadas, ostentando, con dedicación, la bandera del malditismo.

Venga, jaleo, jaleo
suena la ametralladora.
Y Franco se va a paseo.
Y Franco, se va a paseo.

Yo continúo creyéndome la copla, con el sol cayendo a plomo sobre el cementerio de Alcalá de Henares. Pienso en ese familiar, en Francisco Fernández-Cano, maestro de Daganzo.

Pienso en si alguna vez entonó esta copla.
En si aún se revuelve.
En la voz de los vencidos.

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