«Soy alcohólico, drogadicto y homosexual. Soy un genio». Con tal contundencia verbal se definía a sí mismo en “Música para camaleones” (Ed. Random House, 1980). Si algo caracterizó la trayectoria vital de Truman Capote fue el caos y el exceso. Y es quizá en ese desequilibrio donde podríamos encontrar los elementos catalizadores de esa pericia narrativa que acabó alzándolo como una de las figuras claves de la literatura norteamericana del siglo XX.
Truman Capote, que tomó su apellido artístico de su padrastro Joseph Capote, nació en Nueva Orleans en 1924. Sus inicios literarios se remontan a principios de la década de 1930, período en el que consigue un empleo de colaborador en la prestigiosa revista The New Yorker. A los dos años, tras un polémico artículo en el que el joven Capote escribe sin morderse la lengua sobre el poeta Robert Frost, pierde su empleo. Era la primera pero no la última vez que ponía en marcha su odiada y temida mordacidad. Sobre las novelas del iconoclasta Jack Kerouac dijo: Lo suyo no es literatura, es mecanografía; acerca de André Gide: No era más que una gran maricona francesa de cara rufianesca; de Meryl Streep: Parece un pollo. Tiene nariz de pollo y boca de pollo. Por lo que a mí concierne carece absolutamente de talento.
En 1945, gracias a su relato “Miriam”, reproducido en la revista Mademoiselle, consigue el Premio O. Henry. A los 23 años publica “Otras voces, otros ámbitos” (1948), que sorprende por su solidez y la fotografía de contraportada, en la que Capote aparece echado en un sofá en actitud insinuante. Después del éxito de su primera novela, vendrían obras como: “Un árbol de la noche” (1949), “El arpa de hierba” (1951), “Una casa de flores” (1954) o “Desayuno en Tiffany’s” (Ed. Random House, 1958). En 1966, como resultado de una intensa investigación del asesinato de toda una familia en un remoto pueblo de Kansas, llega su trabajo definitivo, “A sangre fría” (Ed. Random House, 1966). Capote declara haber inventado un nuevo género: la novela de no ficción, mezcla de periodismo y literatura. Al igual que sucediera en 1961 con “Desayuno con diamantes” (Blake Edwars), “A sangre fría” es llevada a la gran pantalla en 1967, bajo la dirección de Richard Brooks. Se puede decir que con esta obra Truman Capote logra alcanzar el cielo literario: el principio del fin.
El éxito le acaba desequilibrando: drogas, alcohol y noches de desenfreno en los lugares más sofisticados como el legendario Studio 54 de Nueva York… Un descenso imparable a los infiernos. De su obra escrita durante esa última etapa destacan “El invitado del día de acción de gracias” (1968) y el libro antes citado “Música para camaleones”. Los excesos terminan por pasar factura y el 25 de agosto de 1984, en el más absoluto ostracismo, Truman Capote muere dejando sin concluir “Plegarias atendidas”.
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