En los últimos tiempos, esto del mundo al revés sucede cada vez más en España de forma inexplicable, aunque casi siempre hay un razonamiento para todo. Lo que en cualquier país civilizado tiene unas causas y unos condicionantes claros, en esta patria de nuestros amores (o desamores, según se mire) es visto de manera torticera, en especial por quienes deberían estar más interesados en descubrir la verdad.
Me explico. Un comisionista bien relacionado, con conexiones de tronío en grandes empresas, defrauda una considerable cantidad de dinero a la Hacienda pública. Cuando es descubierto, asegura que la propia Agencia Tributaria, a través de la Fiscalía, está interesada en llegar a un acuerdo para saldar la deuda. Hay que hacer constar que se descubre el pastel porque un diario digital lo publica, lo que enciende los ánimos tanto del defraudador como de su tribu.
El medio que informó sobre el intento de engaño a la Administración Tributaria por parte del implicado recibe una avalancha de improperios por parte del departamento de prensa del Gobierno de la Comunidad de Madrid. En particular, el jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, cuando ve la exclusiva, llama a José Precedo, encargado de la investigación, y le amenaza con expulsarle del reino del periodismo y a su medio con hacerle la vida imposible. Se sabe, entonces, que el defraudador es Alberto González Amador, novio de Isabel Díaz Ayuso, que defiende a su chico, llegando a asegurar sin ningún rubor que es Hacienda quien le debe dinero a él.
Resulta que la Fiscalía, para desmentir el bulo del novio de la “emperatriz de Lavapiés”, publicó una nota señalando que no era ella quien estaba interesada en alcanzar un acuerdo, sino el chaval de la zagala, que, como piensa que su adorada lo puede sacar de cualquier embrollo, se dedica a mentir a diestro y siniestro, convencido de que tiene patente de coño para decir y hacer lo que le salga de sus partes más nobles.
Aconsejado por los troles de la Comunidad de Madrid, González Amador denuncia a la Fiscalía por matizar su osadía, solicitando la imputación de los responsables de la nota aclaratoria por revelación de secretos. Cuando el mundo civilizado da por hecho que el recorrido de la demanda sería más breve que un orgasmo, algunos jueces admiradores de la mujer que manda en Madrid deciden abrir un sumario, exigen saber quién redactó dicho comunicado y tratan de perseguir a la Fiscalía, con el objeto de salvar la buena imagen del señorito que, al parecer, duerme en la misma cama que Ayuso.
Es tal el despropósito que, tras admitir el fiscal general del Estado que fue él quien ordenó el escrito esclarecedor, se traslada esta información al Supremo para que impute a Álvaro García Ortiz, el máximo responsable del Ministerio Fiscal. Mientras tanto, los subalternos de la presidenta exigen la dimisión inmediata del mencionado fiscal, con el apoyo inmediato de las derechas más rancias del país (es decir, casi todas) y un buen número de publicaciones que dependen de la generosa caridad publicitaria de la Comunidad madrileña.
Y en esas estamos. La canción “Vamos a contar mentiras, tralará” ha dejado de sonar en las excursiones infantiles y ahora se escucha a todo volumen en los pódcast de la extrema derecha y en las redes sociales que mejor manejan las hordas conservadoras. Si quieres asombrar a tus amigos alemanes o de otro país, cuéntales esta historia y se quedarán de piedra. A lo mejor es la fórmula más adecuada para evitar la masificación del turismo.
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