Desvelado el telón que esconde la supuesta vergüenza de los dirigentes en una amalgama de estroboscópicas luces, viene a representarse el amargo y tormentoso drama de la vida. No negaremos que hay regímenes más “amables” que otros porque estaríamos mintiendo. Pero no nos engañemos: al poder se accede para tomar decisiones que, por lo general, sólo atienden a intereses particulares o corporativos en su caso, ya sean estos religiosos, económicos, financieros, filosóficos o, a veces, criminales, con tal de conseguir la anuencia necesaria para ejercer el magisterio de la autoridad.
Hablemos claro, por tanto. Hamás no es Palestina ni Cisjordania. Benjamín Netanyahu no es Israel. Hamás es un execrable y maldito grupo terrorista que tiene amedrentado a un pueblo. Benjamín Netanyahu es un criminal de guerra que está perpetrando un genocidio a la vista de todos. Así que eviten la tentación de tacharme de propalestino o de antisemita. Mientras tanto, los cadáveres se suceden, se apilan, se mezclan con escombros, se entierran en fosas comunes, se destruyen familias, la industria armamentística navega viento en popa, los mercaderes del sufrimiento sonríen, la Bolsa se mueve dejando pingües dividendos y algunos se forran a costa de decenas de miles de muertos y de pueblos destrozados por siempre, después de haber sembrado el odio que parece ser el objetivo.
Y muchos gobiernos del orbe, tanto de Oriente como de Occidente, no se pronuncian exclusivamente por salvaguardar sus intereses comerciales y geoestratégicos. Punto. Una puñetera, abominable y crematística actitud la de los mismos, simple y llanamente porque renta. Todo lo demás es cuento, monserga, el rostro del Horror.
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