Los refugiados existen. Son de carne y hueso. Son vidas suspendidas de una nube de la Europa insolidaria y cruel. Y la responsabilidad de su situación es nuestra. No hay excusas.
Leo un artículo publicado en el diario La Vanguardia escrito por Xavier Mas de Xaxás, titulado “De Barcelona a Barcelona”: no tiene desperdicio, sobre todo en lo que se refiere a cómo el Ajuntament, la Generalitat e instituciones como DIPLOCAT, IEMed y el think tank independiente y plural CIDOB se han puesto a buscar soluciones para la paz y el papel que deberán jugar las ciudades-refugio del Mare Nostrum en este drama.
Mas de Xaxás escribe que: “Barcelona no es una casualidad. Árabes y europeos, Israel incluido, crearon aquí, en 1995, las herramientas para la cooperación y la paz”. La Ciudad Condal, a través del proyecto Menara, busca fórmulas para pensar su futuro; la región árabe, desde el Atlántico al Pérsico, es la menos integrada en las soluciones del futuro.
¿Es realista pensar que se desarrolle un orden distinto al actual donde se sitúe al ciudadano árabe en la verdadera capacidad de tomar sus decisiones? “Barcelona, capital del Mediterráneo, se ha puesto al frente de esta utopía”, concluye el periodista catalán.
Va siendo hora de que los ciudadanos asumamos el control del espacio de la diplomacia pública. Un espacio común y ajeno al poder de decisión de las élites y sus opacos intereses. Va siendo hora de hacernos participes de una situación que contiene demasiadas miradas aparcadas y secuestradas por las cunetas de Europa.
Un ejemplo resume e ilustra lo anterior. En La Casa Bloc de Barcelona, aquel proyecto de arquitectura social ubicado en el distrito de San Andrés y diseñado entre 1932 y 1936 en plena República por los arquitectos Josep Lluís Sert, Josep Torres Clavé y Joan Baptista Subirana, se están acondicionando pisos para la acogida de los inminentes refugiados. He aquí un ejemplo de la grandeza de la Arquitectura más allá de los estereotipos y de los discursos con sus lugares comunes. Grandeza ésta que pone cara y ojos al intento de dotar a la ciudad de un espacio de liderazgo social en el Mediterráneo. Y que desvela, a la vuelta de la esquina, la importancia de la Historia y el diálogo entre las orillas.
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