El odio que no deja ver el bosque

Ocultos tras la multitud, algunos liberan su vileza sin pudor. En el mundo digital, el odio se propaga con facilidad, contaminando el diálogo y causando daño. Mientras tanto, oportunistas aprovechan el caos para servir a sus propios intereses egoístas
26 de agosto de 2024
Daniel Esteve, dueño de Desokupa y agitador de extrema derecha. Fotografía: Lorena Sopena.

Agazapados en la multitud, los individuos más cobardes aprovechan las circunstancias para hacer y decir mezquindades; sin ese paraguas, no se atreverían casi ni a respirar. Arropados por la muchedumbre, se convierten en generadores de injusticias, causantes de daño a terceros y en la prueba de que su odio no es un sentimiento que tenga explicación, sino una forma de demostrar que les avergüenza ser seres humanos.

Bajo el parapeto de quienes les rodean y el anonimato, se han cometido los mayores crímenes de la historia. Este conflicto se ha intensificado con el auge de las redes sociales, donde los odiadores se ocultan tras seudónimos para evitar ser descubiertos, pues temen que se les señale con el dedo y se frustre su impunidad.

El asesinato de Mateo, un niño de once años, el pasado 18 de agosto en el pueblo toledano de Mocejón, a manos de un joven de apenas 20 años con una discapacidad del 75%, es la gota que ha colmado el vaso de quienes creen que, en nombre de la libertad de expresión, no se pueden consentir ciertas iniquidades, que sólo se difunden para lastimar a los amigos y familiares de la víctima o para dar rienda suelta a la crueldad como individuo.

Poco después de cometerse el crimen, y con una frialdad que da miedo, cientos de perfiles en distintas redes sociales se llenaron de improperios contra inmigrantes y menores, sólo por el hecho de odiar lo diferente y querer elevar a categoría política lo que es simplemente resentimiento y deseo de venganza por una frustración personal, algo que a ninguna persona equilibrada mentalmente se le puede ocurrir.

Lo peor no es descubrir que en España hay demasiada mala gente, sino que algunos políticos aprovechan la situación para pescar en río revuelto y arrimar el ascua a su sardina. Especialmente indecentes fueron los comentarios de Alvise Pérez, ese reprobable influencer que se presentó a las elecciones al Parlamento Europeo y consiguió los votos de los más gilipollas del país, hasta el punto de que hemos podido saber que en España hay más descerebrados de lo que pensábamos. Y eso que con Ruiz-Mateos ya pudimos hacernos una idea.

Antes de que se conociera que quien apuñaló al chaval era un vecino del propio pueblo, pseudomedios, tuiteros, empresarios de compañías de desocupación y comunicadores de extrema derecha despacharon su odio por todas las plataformas digitales, lo que contribuyó a una especie de atraco a la verdad por parte de los impulsores de estas canalladas.

No estoy seguro de si la medida de acusar de delito de odio a estas malas bestias tendrá algún recorrido o, lo que es peor, si servirá para algo. Porque estamos en un país donde la ignorancia y la maledicencia son aprovechadas por los más oportunistas para sembrar incertidumbre entre los españoles. Si se me permite un toque de inmodestia: en ningún momento me creí las historias fabricadas por los difusores de mentiras. Ya se sabe lo que decían los clásicos: Un libro y una buena educación sirven como antídoto para los tontos del culo.

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