No resulta casual que haya sido The Wall Street Journal, el un periódico de ultraderecha republicana, propiedad del magnate Rupert Murdoch, que apoya abiertamente las propuestas ideológicas de Donald Trump, el que obtuvo la exclusiva de que fueron los ucranianos los quienes atentaron contra el gasoducto Nord Stream 2, entre Rusia y Alemania, que tanto perturbó los intereses económicos de Estados Unidos.
Y no es porque la mayoría de las personas bien informadas sospecharan de la implicación de Ucrania en este acto terrorista, porque es el país que más se beneficiaba de su destrucción. Al impedir que el gas entre Rusia y Europa circule directamente, Ucrania se asegura de que siga pasando por su territorio, logrando así dos objetivos: dorar la píldora a Washington y chantajear a los países que no se alineen con sus posturas belicistas.
Pero, claro, Donald Trump es claramente partidario de que la guerra de Ucrania llegue a su fin, ya que le roba los recursos que necesita para enfrentarse económicamente a China. No obstante, necesita un argumento que convenza a sus votantes de que no está favoreciendo a Moscú ni perjudicando a Kiev. El ataque al gasoducto es la excusa perfecta para justificar la decisión de dejar de enviar armas y dinero a los ucranianos.
En el caso de que Trump gane las elecciones, algo que aún está por ver… Europa, sumisa y obtusa, se quedaría con la sacrosanta misión de defender los intereses territoriales de Zelenski. A pesar de que Kiev no ha desmentido ser la autora de la acción terrorista, Alemania, que ha perdido más dinero en este asunto que mil ludópatas en sus respectivas máquinas tragaperras, ya ha declarado que seguirá apoyando a los chicos de Volodímir, porque para eso lo recomienda la OTAN.
Países Bajos, cuyo antiguo primer ministro, Mark Rutte, quien desde hoy, 26 de agosto, es secretario general de la Alianza Atlántica, tampoco quiere castigar a Ucrania por la agresión, ya que a los amigos y colegas se les perdona todo lo malo que hagan.
Y es que las pruebas del The Wall Street Journal son tan evidentes que nadie ha podido rebatirlas, ni siquiera los responsables del Pentágono y de la industria militar estadounidense, que tienen un interés indudable en que la guerra de Ucrania continúe para vender más material bélico y, en el momento de la reconstrucción, seguir llenando los bolsillos con las obras necesarias para poner el país en pie. Todo esto, salvo que su “cuento de la lechera” termine abruptamente al romperse el cántaro con una hipotética derrota de Kiev.
Los ucranianos, ante el temor de que se les cierre el grifo yanqui si Donald Trump gana las presidenciales, han lanzado una contraofensiva en Kursk, cuyas consecuencias aún están por determinar, pero que, en teoría, les debería poner en mejores condiciones para negociar una paz que Moscú, por el momento, rechaza. Así y todo, para mantener las aparentes conquistas territoriales se necesitan recursos económicos, y si Trump cumple su compromiso, en noviembre todo podría ser maravilloso o trágico, según el resultado de las elecciones gringas.
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