Casi dos siglos después de que el Congo Belga y territorios limítrofes sufrieran el saqueo por parte del rey Leopoldo II, un sucesor de este criminal y ladrón mundialmente reconocido como tal, el monarca Felipe de Bélgica, ha lamentado el racismo de su antepasado y los robos de tierras y de dinero realizados. No llegó a pedir perdón literalmente, aunque dejó bien claro que la actitud de quien ostentara la Corona belga era absolutamente execrable, lo que no deja de ser un paso adelante, aunque insuficiente.
Tres Leopoldos sucesivos hubo en Bélgica durante el siglo XIX, pero sin duda el segundo de la dinastía fue el más repelente y el que de manera más artera esclavizó a los negros congoleños y se apropió de sus tierras, sin importarle en absoluto su supervivencia y acabando con su vida si se mostraban protestones o se rebelaban contra sus caprichos. Leopoldo II creía que era el amo y señor de África y en realidad tenía sus razones para ello, porque se había declarado propietario a nivel personal de todo el territorio.
Con motivo de una visita a lo que es la República Democrática del Congo, el antiguo Congo Belga, el rey Felipe dijo sentirse consternado y abochornado por la forma de proceder de su antepasado, aunque ni se planteó la reparación de los latrocinios del cruel Leopoldo ni pidió perdón por todas las miserias de quien pensaba que estaba por encima del bien y del mal.
Incluso para la época en la que reinó, en la que todavía gran parte de los reyes europeos vivían del esclavismo —negocio que les dejaba suculentos beneficios—, Leopoldo tenía fama de bárbaro y cruel. Fue, sin duda, incluso con los matices de vivir en esa época, un verdadero hijo de la gran puta que sus compatriotas siempre detestaron y consideraron insoportable. En los países dependientes de Bruselas, la fama de Leopoldo II era similar a la que tenían en Flandes los tercios que mandaba el duque de Alba.
Bélgica apenas contó en el ámbito de las historias coloniales, pero supo sacar partido sobremanera, porque al no tener un imperio propiamente dicho, no sufría las críticas de otras naciones como Inglaterra o Francia, que en África contaban con enormes posesiones y grandes superficies de tierra. El dominio belga es inversamente proporcional a la crueldad de sus mandatarios. No es Leopoldo II el único rey de Bélgica que concitó el odio de los africanos. Uno de sus herederos monárquicos, el rey Balduino, conocido grandemente en España por haberse casado con la aristócrata Fabiola de Mora y Aragón, fue el impulsor del asesinato del primer presidente democrático del Congo, Patricio Lumumba, por pretender revertir los beneficios de los poderosos mercaderes belgas en su tierra y crear de verdad un país en el que los pobres tuvieran derecho a la vida.
Junto a los Estados Unidos y en plena guerra fría, Balduino instigó una cacería brutal contra el comunista Lumumba, a quien mandó ejecutar para poner en su lugar al obediente Moisés Tshombé, dejando bien claro que independencia territorial no significaba independencia económica y autodeterminación. El ultracatólico Balduino, que dimitió durante horas para no aprobar la ley del aborto en su país, no tuvo empacho en ordenar la muerte de un primer ministro. El concepto de vida era absolutamente contradictorio para este individuo.
Bien están los lamentos del rey Felipe de Bélgica, pero tiene que ir un paso más adelante y reclamar el perdón de los congoleños y buscar alternativas de redención que reparen el expolio de su antepasado. Otras naciones en cambio, que llevan más de 500 años desde su explotación colonial, no sólo no han dado un paso en la petición de clemencia, sino que muchos de sus compatriotas se sienten orgullosos de los crímenes cometidos en la etapa colonial. Espero que no sean precisos otros cinco siglos para reclamar justicia.
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