
Ser repetidor está mal visto, empezando por la escuela, por repetir cursos. Incluso en otros tiempos, como castigo, te mandaban escribir una frase cien veces. Yo, como ya era antisistema sin saberlo, encontraba un gran placer en esas repeticiones. Quizá por eso puedo gozar repitiendo en mis obras miles de puntos o semillas.
Me gusta la repetición de los pasos como paseo, la música repetitiva, el agua del río chocando contra la misma piedra, la espuma de la mar que reiteradamente dibuja y desdibuja la orilla…
Gozo con el acto de escribir, del discurrir de la tinta sobre el papel. Hace años me regalaron una pluma estilográfica, y me resultaba tan placentero usarla, que a medida que leía no tomaba apuntes selectivos, escribía el texto del libro casi entero. Así copié textos de Zubiri sobre el espacio, el tiempo y la materia hasta convertir las libretas en sucedáneos de libros.
La caligrafía, como la rotulación manual, no es cuestión de pulso sino de un discurrir rítmico, íntegro de mente y cuerpo, en armonía, controlando la respiración, llevando y dejándote llevar.
Repetir no es hacer lo mismo varias veces en el mismo lugar y tiempo, repetir puede ser avanzar en armonía con lo otro y con uno mismo.